Ocho años después de su debut entre fríos de Islandia, bicicletas a ritmo de silbido y pan con aceite y sal popularizado en descansos de partidos de fútbol, Blaumut regresa con una cuarta entrega de sensaciones agridulces. Los propios títulos de las canciones (“Ara, aquí, present”, “Aquest moment”, “El sol dura un dia”, “Ombra”, “Eclipsi”) apuntan a una obra conceptual sobre el ‘carpe diem’, que más allá de música poética se va revelando como poesía musicada. “Poesía lenta” que, pese a algunas rimas forzadas y naïf, construye escenas de costumbrismo entre añoranzas a ritmo constante, sonrisas de metralla, puntos de libro para fijar pensamientos o motivos que sirven como plantas si se riegan cada día.
Melodías limpias como sábanas y el sueño “que huele a pan” en unos despertares idílicos que, sin embargo, corren el riesgo de terminar como los de Bill Murray en la película “Atrapado en el tiempo” o como el bucle de ukelele de Manel antes de su deriva experimental. No hace falta ser purista para reprochar poco cambio al quinteto catalán que, en una entrevista reciente, declaraba que había tenido la necesidad de huir del taxímetro del estudio. Porque la sensación es que empiezan a recrearse en su zona de confort: el disco provoca tanto buenrollismo como muecas de déjà vu y tienen margen de maniobra y talento suficiente para sacar y exigirles mucho más.
Conservan intacto su hecho diferencial, es decir, la mezcla de pop-folk con instrumentos clásicos que en directo les catapulta, pero no hay nada chispeante que no hayan dicho o cantado antes. Queda la duda de saber cuánto tiempo podrán seguir manteniendo creíble y fresca su propuesta, el dilema de continuar haciendo lo que saben hacer (bien) o abrazar un estilo absolutamente ajeno que les despersonalice y diluya. El olvido está lleno de grupos que no supieron evolucionar.
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