Reflejar en canciones un estado anímico contemplativo suele ser una tarea fútil. En la búsqueda de un sonido “atmosférico” muchos artistas acaban ofreciendo un mero ejercicio de estilo, en ocasiones pretencioso e indulgente. No es el caso de Blanco Palamera. La delicadeza con que este joven dúo compostelano aborda su propuesta les convierte en una exquisita excepción. Hay una emoción honesta y genuina en estas 10 canciones que conforman su debut discográfico. Tanto que parecen haber sido compuestas y grabadas en un estado de catarsis extática.
“Promesas” (Raso Estudio, 2019) es un trabajo inmersivo pero de una transparencia precisa. Manu Blanco (guitarra y voz) y Xoán Domínguez (baterías y coros) funcionan como una entidad independiente y auto-gestionada en la que todo tiene su lugar. El disco ha sido grabado, mezclado y producido íntegramente entre Catoira (Pontevedra) y su propio piso en Madrid. Con una instrumentación y producción marcadamente minimalista, el álbum explora sonidos que van de la amplitud del dream pop a las cavilaciones meditativas del r&b, el jazz o incluso el trip-hop. Un collage sonoro cuyo punto de referencia más obvio sea quizás aquel micro-género que se dio en llamar chillwave. Pero bajo esa superficie de texturas sintéticas se encuentran canciones cálidas y bien estructuradas.
Un acogedor universo de pop lo-fi que no podría entenderse si unas letras igualmente confesionales. Desde el primer tema, “Solo con mi voz”, la vulnerabilidad de las palabras (“A lo mejor esto es lo mejor que pudo pasarnos”) nos presenta a un narrador que tiene preocupaciones muy similares a las nuestras. Blanco aborda con franqueza sus inseguridades acerca del amor y el proceso de crecimiento personal. Escucharlo con el nivel de atención que exige ofrece una sensación de intimidad y confort comparable a leer en secreto el diario de otra persona. Las canciones están enigmáticamente dirigidas a una segunda persona del singular anónima; un 'tú' desconocido (“Y nuestros cuerpos encajan como dos piezas de puzzle”). Sus frases nos remiten a lugares que ya hemos visitado, grietas cristalinas que te marcan en el tiempo. Si se absorben adecuadamente se vuelven trascendentes y, sobretodo, tremendamente conmovedoras.
Una delicadeza textual que se contrarresta por momentos con la exuberancia seductora de los sintetizadores y el finísimo trabajo a la batería de Domínguez. Las influencias de r&b y jazz se materializan de forma inequívoca cuando invitan a un trompetista a sumarse a la aventura (“Llega”). Cuando las guitarras emergen (“Despacio”) se acercan al territorio de The xx y cuando aceleran los beats (“Salvaje”) se aproximan a Disclosure. Pero en todo momento el dúo da prioridad a las melodías y cada canción suena cómodamente adaptada a un todo. Parece que haya espacio para la improvisación, pero cada nota está perfectamente elegida para conferir al álbum un sonido nítido y limpio.
Desde la letanía sintética de “Otra” hasta la tonada downtempo “Este Mar”, hay un espectro casi intangible en estas canciones. Se percibe algo tremendamente instintivo en ellas. Resulta extraordinario que dos personas tan jóvenes puedan llegar a generar una sintonía musical como esta. Puede que sea porque ambos se conocen desde hace muchos años. O puede que sea sólo cuestión de suerte. Es absurdo especular al respecto. Lo único seguro es que “Promesas” es un debut prácticamente perfecto.
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