No tengo claro si resulta más absurdo puntuar un disco de Scott Walker a partir de baremos convencionales o pretender despacharlo con estas doce líneas: tan sólo “SDSS1416+13B (Zercon, A Flagpole Sitter)” -22 minutos de epopeya cósmica- daría para un libro. Una vez asumido lo inútil de mi aventura, un par de pinceladas... Me gustaría señalar que tendemos a tomarnos a Walker con excesiva solemnidad. Se ha convertido en una suerte de santo, neutralizando así el humor negro de sus historias sobre criminales en apuros y el Jardín de las Delicias. Por otro lado, la música de Walker -que nace de los textos con la instrumentación como un elemento narrativo más- tiene bastante más que ver con aquel “Pedro y el lobo” de nuestras primeras clases de música que con ese universo pop a cuya aristocracia una vez perteneció. Sustituye las flautas saltarinas por arrebatos encabronados de grindcore y sabrás a lo que me refiero.
Uno de los discos del año. Innovadura estructura de las canciones. No encontraremos estribillos, sino la voz afectada de Scott Walker, con una sonoridad oscura, intrincada. Es único en su especie. Es el tercer parto que nos regala después de Tilt y de The Drift. Y menuda criatura. Maravillosa.