La precocidad no suele estar del todo bien vista ni valorada. Sea lo que sea y más allá del éxito, siempre hay una duda o un interrogante. Por suerte, esa teoría se desmonta con facilidad. Basta con identificar lo falso y poner en contexto lo auténtico. Para el verdadero talento no hay una vara de medir. Le podemos poner nota en nuestras reseñas, pero nunca será exacta. A Billie Marten le dio por colgar vídeos en YouTube con doce años sin una intención clara, sin apuntar nada en concreto. Simplemente estaba ahí, convirtiéndose en un nombre más a sumar a esa plataforma sin fondo. Con dieciséis años lanzó un EP y al cabo de unos meses tenía preparado el primer largo, “Writing Of Blues And Yellows” (16). Iba a ser una presentación sin más, porque todavía no era hora de romper la baraja. Pero la perspectiva cambió en 2019 con “Seeding Seahorses By Hand”. La mayoría de esas canciones tiene, a día de hoy, más de un millón de reproducciones en Spotify, por no hablar de “Mice”, que suma más de veinte. A pesar de ello, Marten siguió su camino, sin dejarse impresionar por las cifras más que para progresar y aprender. De no ser así posiblemente Billie Marten jamás hubiera parido un álbum tan completo y fascinante como este “Flora Fauna”.
Si hasta ahora a la británica la han comparado con cantantes de folk tipo Lucy Rose, eso queda obsoleto a partir de este lanzamiento. Eso sí, todavía le queda la ternura y elegancia que otorga el género, pero sería injusto dejarla ahí, víctima de una etiqueta que, en su caso, sería de lo más reduccionista.
En “Flora Fauna” aún dominan los sonidos acústicos sobre los que se levanta su música, aunque en esta ocasiones sume otros aliados. Arreglos sutiles por un lado y algo de experimentación por el otro. Y, por encima de todo ello, el atractivo de una voz sedosa que, no lo olvidemos, es la razón por la que está aquí. Precisamente, ahora que se han cumplido cincuenta años de la edición de “Blue” de Joni Mitchell, este disco de la joven Billie Marten nos recuerda que en la música no hay ni trucos ni milagros. Y que lo finalmente queda son las canciones, ya sea la misteriosa y atrevida “Garden Of Eden”, la liberación mayúscula de “Creature Of Mine”, el eco a los noventa de “Human Repalcement”, el arranque optimista y sin prejuicios a lo Sharon Van Etten de “Ruin”, o la turbia e hipnótica “Walnut”. Y para quien quiera ubicarla de nuevo en la órbita del folk, ahí está “Aquarium” colmando ese deseo.
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