Nada empezó con la portada de Vogue.
Sorprenderse por el cambio estético que Billie Eilish ha expuesto en las últimas semanas, especialmente desde las fotos para la versión británica de la citada revista de tendencias, es como petrificarse porque el sol vuelva a salir una mañana más. Es comerse el sapo del marketing editorial.
La americana no debutó en nada con esa portada.
La capacidad de sorpresa, la sinceridad y la valentía, la tiene desde que se dio a conocer. Aquel print fue solo una constatación. Desde lo personal y elevando de tanto en cuanto el discurso a lo estructural, la cantante simplemente ha seguido su cruzada fundacional: la del camino propio. “When We All Fall Asleep, Where Do We Go?” (19) ya era un disco que hablaba básicamente de pesadillas y miedos. Y miedo e inseguridad son llave y cerradura. No tienen sentido el uno sin el otro.
El segundo disco de Billie Eilish, “Happier than Ever” (21), sigue transitando la honestidad brutal. El finísimo hilo entre el bloqueo, la autoexploración, la aceptación y el cambio. “Tuve traumas, hice cosas que no quería. Tenía demasiado miedo para decírtelo, pero creo que es hora”, canta en “Getting Older”, apertura del largo y un puente ideal en lo narrativo y en lo sonoro respecto a su debut.
Lo que hace la ganadora de cuatro Grammy a los diecinueve años es ultra contemporáneo. Algo a halagar a la generación zeta: la gran diva de esta década no tiene bozal y sí mucho altavoz (redes). Ahora para más públicos incluso, de ahí la importancia de la expansión de su mensaje: lidia con una tirante relación –confesó en The Guardian– con su cuerpo, lastrada por el patriarcado, y por la crueldad en Internet. Lo refleja en sus canales, en sus declaraciones, y claro, en su música, donde salta el solipsismo. Desde una voz extraordinariamente franca y trascendente, se alzó y dejó atrás modelos industriales terribles como los que padecieron –confesiones recientes– Britney Spears o Christina Aguilera.
La americana siempre se ha mostrado en su versión completa. Con sus issues. Desde ahí conectó bestialmente con miles de gorros fosforitos en todo el mundo, que la mecían en sus conciertos. Miedos, sueños, complejos.
No hay cambio, hay evolución: lo extraño hubiese sido que Billie Eilish siguiera desayunando arañas.
¿Seguirán los jóvenes acompañándola en su transformación? El tiempo dirá. Por ahora, la diferencia de reproducciones entre sus temas más canónicos (“Therefore I Am”) y los que menos, es grande. No parece motivo de inquietud para ella, que podría haber seguido con los feat y sumando y pasar de hacer una obra larga.
No ha sido así. “Happier than Ever” quiere algo más que alimentar al bicho. “my future”, de los primeros singles, y que sí está por encima de los 200 millones de reproducciones, es el puente ideal entre el segundo disco y los futuros –en plural– de la americana. ¿Una Billie Eilish más cercana al neo soul de Amy Winehouse que a la diva pop adolescente de hace un par de años? ¿Qué nos cuenta la densa y vibrante “NDA”? Más versatilidad: “Male Fantasy” y “Happier Than Ever”, encanto folk, a lo Taylor Swift, que vacila en su segunda mitad hacia el hit de estadio.
El segundo tema del álbum hace uso de un medio glitch, el sonido incómodo que la aupó hace un par de años y que despistó a todos los nacidos antes del año 2000. Ese nuevo pop. Emo. Raro. Una extrañeza en el auricular no vuelve hasta “Oxytocin”. Hay otras sorpresas: una bossa nova, por ejemplo, donde juega sinuosa, con la voz como untada en mantequilla. Y un gospel (“GOLDWING”) que rompe hacia un electropop opaco, tan del agrado de Finneas, hermanísimo y todavía aliado único en su música.
El disco tiene valles, pero no pierde identidad: la forma de proyectar, ese diafragma cerrado, alicaído, tiene mucha culpa de ello. Aunque esa segunda parte de la hora de grabación redunde en algunas informaciones, espese con el paso de las canciones, son dieciséis temas a la defensa de una idea que tal vez se entendería con menos barras, de “Lost Cause” en adelante nada es sobrante, pero sí un autoregalo: “Halley’s Comet” es dulce, la Billie Eilish baladista. Un estilo más calmo, incluso spoken word, que está también en “Not My Responsibility”.
“¿Me conoces? Realmente me conoces?”, dicta en el tema.
A estas alturas, ¿algo? ¿O nunca se conoce suficiente a alguien? No. Seguramente no. Y a una artista top, de portada, menos.
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