Desde su pasado en las catacumbas del country alternativo más arisco, el norteamericano ha construido un mundo paralelo de una sobriedad, elegancia y rigor sólo al alcance de los elegidos. Si un artista (palabra a menudo devaluada hoy) es alguien que tiene una visión única sobre lo humano, que explora sin restricciones, Bill Callahan dignifica el término. Sumemos a esto esa normalidad alejada de cualquier atisbo de egolatría, que se traslada a sus canciones.
Ya nos tenía avisados de lo que era capaz. La “trilogía” que cerraba el magnífico "Dream River" (13) había elevado su obra a cotas de excelencia. Y he aquí que nuestro hombre se casa, es padre y destila su producción por un tamiz de calidez que anuncia la misma portada. No es que el artista haya abandonado su sabiduría acumulada y su seco sentido del humor, muy presente desde el mismo y contradictorio título del disco: ahí están las divertidas referencias personales en delicias como "The Ballad of The Hulk", con discreta caja de ritmos, la onírica "Writing" o "Watch Me Get Married". Pero como él mismo explica, todo es más… amable.
La escala de su disco más generoso y abierto abruma: veinte canciones de base acústica -muchas de ellas, muy breves- en las que el de Maryland no afloja, confirmándose como el gran escritor que es, lanzando aquí y allá pensamientos agudos, divertidos y poéticos, como quien no quiere la cosa. Arropado por arreglos sutiles y a veces sorprendentes, como los sintetizadores analógicos. La sobriedad que cultiva brilla en cortes de la casa como "Shepherd´s Welcome" o "Morning is My Godmother", y exquisiteces como "Black Dog On The Beach", "747" o "Son Of The Sea", potencian el lado tierno de nuestro hombre. “True love it´s not magic, it´s certainty. And what comes after certainty, a world of mistery”, canta en "What Comes After Certainty". Y que lo digas, Bill.
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