El británico Stephen Wilkinson lanza como Bibio su quinto trabajo para el sello Warp, octavo ya de una carrera sólida e inquieta, apenas un año y medio después de “A Mineral Love”. Y no otro disco cualquiera, sino doble y rendido a un minimalismo atemporal evocador de sonidos que parecen sacados de remotas épocas perdidas.
Lo fundamental aquí es que a pesar de su ardiente inquietud compositiva, Wilkinson sube incluso el listón de una obra que ha oscilado de la electrónica inteligente, orgánica y melancólica afín a Boards of Canada a terrenos limítrofes con el pop. Siempre enarbolando la bandera de la exquisitez, en la frontera entre la tradición folk de las midlands y sonidos sintéticos. Pero si el aire campestre y con ramalazos psicodélicos ha marcado parte de su producción más accesible, en esta ocasión el británico se deja llevar por la improvisación a lo Eno, inspirado por las vibraciones y atmósferas (reales o imaginarias) de lugares marcados por la presencia humana. Aquí no hay ni rastro de pop. Le sale un disco de nostalgia serena y arrebatadora, pese a su duración.
Aunque el compositor afirma no creer en fantasmas, buena parte de los más de setenta minutos de fascinante música de este doble álbum tiene un aura espectral de espíritus amables pulsando notas obsesivas y proyectando recuerdos. En sus propias palabras, “un portal a otros lugares y tiempos ”. “9:13” ya se interna sin complejos en las evocaciones, con su tema obsesivo. El viejo piano de “Phantom Brickworks” (que tiene tres partes), con su larga coda, las brumas vocales de “Pantglass” o los sintetizadores de “Capel Celyn” dejan claro que aquí estamos ante algo muy personal. Música trascendente que no incurre en la pedantería. Es uno de esos discos valientes que laten a un ritmo opuesto al que estamos sometidos hoy -la producción es también como de otro tiempo-, en el que parece que no pasan cosas pero sí pasan, y que dejará al oyente en un estado de calma y ensoñación.
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