Hacer que la tecnología suene más humana (al fin y al cabo, la perfeccionan hombres y mujeres) es uno de los tópicos más recurrentes en el mundo de la música pop, pero puede decirse que esa aparente contradicción queda estupendamente resuelta en el décimo trabajo largo del británico Stephen Wilkinson. Ese era su propósito, ya lo avanzó: que sonara pulido y elegante, sin el olor a madera húmeda de sus dos anteriores trabajos, pero tampoco a “software perfecto”.
Así que "BIB10" (2022) se aleja tanto de la calidez folk acústica y los arreglos de cuerda de "Ribbons" (2019) – que aquí tan solo emerge de nuevo en su recta final, con “Phonograph” – como del cariz instrumental de "Sleep On The Wing" (2020), para erigirse en un trabajo menos seriote, más recreativo, más hedonista e incluso bailable, sin abjurar en ningún momento de su proverbial elegancia. No hay más que ver su portada. Y en su envite por sonar casi siempre distinto a como lo hizo en su anterior movimiento, logra aquí un sensacional ejercicio retro que es lo más funk, sensual y groovy que ha hecho nunca. Leo en algún sitio que es su disco yacht rock, y lo cierto es que la definición no es demasiado exagerada.
Una influencia confesa es el Prince de su segundo álbum ("Prince", 1979), y queda muy claro en “Potion”, que recuerda por igual a aquellos primeros trabajos del genio de Minneapolis como al Marvin Gaye crepuscular de "Sexual Healing" (1982) o a otros cronistas de alcoba como Luther Vandross, pero sintonizando con la contemporaneidad de un Thundercat. Un paralelismo que también transpira en la muy sexy “Fools”, espléndido cierre. Y no digamos ya en “S.O.L.”, con la voz de Olivier St. Louis (Oddisee, Hudson Mohawke), con esos sintetizadores y una incitación al baile que tiene tanto de aquel Prince como de Kool & The Gang. Es el indiscutible hit del disco. Aunque también sea (paradójicamente) su corte más largo, rebasando los cinco minutos.
Otros momentos recuerdan más al satinado jazz rock de los primeros Steely Dan o a Michael McDonald, como en las deliciosas “Rain and Shine” o “Cinnamon Cinematic”, pero en todo momento se impone, a través de cada uno de estos once cortes, la indiscutible personalidad (en sus arreglos, en su forma de tocar la guitarra, en su perfecto ensamblaje de legado y actualidad) de un músico que ha llegado creativamente mucho más lejos de lo que podía aventurarse cuando Marcus Eoin (Boards of Canada) recomendó su fichaje al sello Mush (grabaciones, por cierto, recientemente reeditadas por Warp), hace más de quince años. Una delicia.
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