Nos suelen decir que la mejor manera de encontrar la paz interior es desconectar de los estímulos diarios, huir de las grandes urbes, bajar las revoluciones y encontrar la tranquilidad que se esconde en la naturaleza. Pero existen personas con una mirada que va más allá de lo evidente y son capaces de encontrar la calma entre el bullicio de la ciudad. Ese es precisamente el caso de Bianca Steck. El pasado marzo, la barcelonesa debutó con "The Joy Of Coincidence", un disco de talante relajado y elegante a partes iguales, donde nos mece entre las pequeñas historias que articulan su deambular por la ciudad.
Con una formación en piano clásico, clarinete y arquitectura, Steck crea un universo sonoro tan meticuloso como emocional. Un disco puramente ciudad, pero en lugar de estar marcado por la imperativa aceleración de vidas frenéticas que parecen no tener descanso, escucha el murmullo de lo cotidiano. Escucharlo te transporta a un paseo donde nada duele, donde hasta la soledad resulta llevadera.
Sus doce temas se mueven entre el pop de cámara, el folk suave y la música clásica contemporánea, sostenidas por una instrumentación rica en matices: piano de cola, arpa, contrabajo y sintetizadores se entrelazan para construir un refugio sonoro que invita a la introspección. Todo está cuidado al detalle, sin caer nunca en el exceso. Cada tema es una postal emocional que habla de soledad compartida, conexiones invisibles, azar poético y la búsqueda de sentido en lo minúsculo. Entre los momentos más destacables del disco se encuentra "Dragon’s Eyes", una colaboración con la pianista Hania Rani, que aporta una delicadeza casi líquida a un álbum ya de por sí etéreo.
"The Joy of Coincidence" es una invitación a escuchar la ciudad con otros oídos, a entender que, a veces, no hace falta escapar para encontrar paz. Basta con detenerse, observar, y disfrutar de las coincidencias que hacen nuestra vida algo más ligera.
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