Renaissance
DiscosBeyoncé

Renaissance

9 / 10
Yeray S. Iborra — 04-08-2022
Empresa — Columbia
Género — Pop

Las palabras importan. Las de Beyoncé Knowles, más. Sus deslices, como ese “spaz” que tendrá que cambiar para no caer en el capacitismo; muchos reflejos, por cierto, acceder a un cambio así en un álbum tan planificado y –sobre todo– ya publicado. Esa cintura es una de las muchas cosas que la distingue como la diva más independiente. Pero no solo importan las palabras que levantan ampollas.

“Renacer” es un tochaco de palabra. Plantarle ese título a tu primer álbum en seis años, es, siendo fino, ambicioso. En puño de cualquier otro mortal sería una flipada.

Ella atribuye el vocablo a darle una nueva vida a la música disco. Una de las épocas doradas de la música de baile, desencadenante de múltiples batallas de la comunidad LGTBI+ y también de la afroamericana, de la que es innegable garante, con más o menos fondo (no hace ni dos años fue muy criticada por la banda sonora "Black is King"). Pocos reproches podrán hacerse de ese tipo a la electrorapera “America has a problem” o al espíritu vogue de "Renaissance".

Pero ese “renacer” lleva algo más implícito.

El disco es una batidora. Cada tema, distinto peinado, pero un mismo peluquero. Una producción, a más manos que una paella popular, redonda. "Renaissance" es una quiche. Tírale lo que quieras, pero tiene que ligar. Aquí el huevo es la voz, que la de Houston modula mucho menos, sin lirismo, pero también su instinto asombroso y su capacidad artística exacerbada. Ya demostró en el documental "Homecoming" (Netflix, 19) cómo se las gastaba. Obsesión por el detalle y compromiso vital con la comunicación, la emoción y el espectáculo. Por ese orden.

Esa fijación artesanal, aquel que lija, pinta, deja secar las horas prescritas y vuelve a pintar, permite llegar a ideas como la sutil incorporación del reggaeton en la apertura “I’m that girl” o la electrónica vaporosa de “Alien Superstar”. Ni Beyoncé ni el motivo de ser del disco tienen necesidad de estar conectados a lo que pasa hoy día. Pero además lo están. Tal vez por eso la obra tiene una señora magnitud. Porque no es solo un rescate de músicas. Es el acto primero de una serie (serán tres) del catálogo de músicas de club definitivo. Del siglo pasado hasta nuestros días.

Hay tantísimo en "Renaissance" que la diva se permite algún valle, algún momento que roza la música de cambiador de gran superficie: hay un cierto R&B, ligero, que ha caído en el cajón de lo insulso. Tal vez ella misma sea la encargada de desempolvarlo: “Break my soul” y su house noventerísimo van ya por los cien millones de reproducciones.

La mejor Beyoncé es la que suma el ‘groove’ originario de la música disco, algo que la asemeja al "Random Access Memories" (13) de Daft Punk, el movimiento de voces a coro, muy Destiny Child, momentos solistas y unos arreglos minuciosos que desatan el baile. El puente divino entre “Virgo’s grove” y el bounce –junto a Grace Jones y Tems– de “Move”.

Muchos puentes. Es una obra, al fin y al cabo, de puentes: entre géneros, entre artistas (un disco de firmas, no de feats, en el que operan Nile Rodgers o AG Cook, The-Dream, Mike Dean, Raphael Saadiq, Neptunes o Drake o 070 Shake), pero sobre todo es una línea trazada entre la propia Beyoncé y el pasado de ‘su’ música. Así de osado. Así de grandilocuente. Una gesta que, bien hecha, es decir por los derroteros de esta primera parte, promete ser el recorrido imprescindible de la música afroamericana a ojos –y cuerdas vocales– de la mejor músico afroamericana del panorama pop de este siglo.

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