Aunque a estas alturas la carrera de Ben Howard parezca de sobra consolidada, lo cierto es que el músico bien podría espantar definitivamente cualquier sospecha residual gracias a las virtudes de la presente entrega. Si en el pasado el británico había dejado momentos valiosos salteados a lo largo y ancho de discos como ‘Every Kingdom’ (Island, 11), ‘I Forget Where We Were’ (Island, 14) y ‘Noonday Dream’ (Republic, 18), este nuevo álbum confirma la solvencia, credibilidad y validez emocional latente en su propuesta.
El londinense reaparece tras tres años de silencio, compartiendo preferencias y recursos artísticos (entreverados o alternados, según el momento) con compañeros de profesión más o menos coetáneos como Damien Jurado, King Creosote, Damien Rice, Kevin Morby, James Jorkston, Villagers, The Tallest Man On Earth y, sobre todo, un José González cuya sombra sobrevuela casi toda la escucha. Desde ese territorio situado en algún maravilloso lugar de consecuencias atractivas y ubicación difusa entre folk y pop, el vocalista presenta el que puede entenderse como su disco más convincente y profundo, además de un trabajo ambicioso que muestra a un artista crecido en convicciones… y canciones. Es lo que sucede con piezas poco menos que exquisitas en su detalle y pulido aspecto como el arrollador trío inicial formado por “Follies Fixture”, la deliciosa “What A Day” y “Crowhurst's Meme”, además de “Far Out”, el single “Sorry Kid”, “You Have Your Way” o la melancólica “The Strange Last Flight of Richard Russell”. Ben Howard actualiza –con ese filtro levemente electrónico–la herencia de los cantautores ingleses de los setenta, lo suficiente como para resonar actual pero sin perder ese aroma embriagador de lo clásico, en un juego de equilibrio que sin duda es uno de los principales activos de la referencia.
Precisamente la misma convicción que motiva los momentos álgidos del lanzamiento deriva en exceso de celo, siendo catorce el número final de piezas elegidas. Y es que, si bien ‘Collections From The Whiteout’ (Republic, 21) cuenta con mayoría de aciertos, algunas piezas alargan la secuencia en exceso. En cualquier caso, el cuarto álbum de estudio de Ben Howard es uno de los trabajos más indudablemente bonitos de lo que va de campaña, de esos en los que cabe buscar cobijo e incluso comprensión durante sesenta minutos.
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