Cuatro años pueden ser toda una eternidad en el frenético devenir de la música pop. Beirut crearon escuela con su folk de aires balcánicos y fronterizos hace algo más de una década, pero su estampa permanecía en foto fija desde que editaran el solvente pero redundante "No No No" (2015). El tiempo podía haberles engullido desde entonces, arrinconando su fórmula en el arcón de esas músicas que difícilmente se explican desligadas de su coyuntura, pero – afortunadamente – nada de eso ocurre a poco que uno preste atención a este jubiloso Gallipoli: otro extraordinario cuaderno de viajes hecho partitura en un acopio de algunas de las mejores músicas del mundo posibles. Sin desestimar sus tradicionales señas de identidad, pero al mismo tiempo recobrando la vieja excitación por el hallazgo que prendía en sus primeros discos, Zach Condon se dejó hechizar por Berlín y por el errorismo de la escuela alemana: ya saben, esas notas algo desafinadas, esos zumbidos electrónicos que tan familiares le resultan a su amigo Jan St. Werner (Mouse On Mars). Escuchen el instrumental “On Mainau Island” o la mesmerizante “Landslide”, con su viejo teclado farfisa y su recién adquirido korg haciendo saltar chispas y añadiendo una pátina de rugosa exuberancia, y entenderán de qué estamos hablando.
En realidad, Berlín fue la última y más fructífera parada de un álbum cocido a fuego lento entre tres destinos: Nueva York (donde se empezó a gestar), Apulia (al sur de Italia) y la capital alemana. El fiel Gabe Wax volvió a producir, y tanto el trombón y la trompeta de Ben Lanz y Kyle Reznick (hay que ver cómo lucen en “When I Die” y en el tema titular, ideado tras asistir a una procesión de vientos en Gallipoli, comandada por unos curas que llevaban la estatua del santo de la ciudad por sus calles) como el bajo y la batería de Paul Collins y Nick Petree siguen ahí. Enluciendo un temario que, beneficiado por el hastío de Condon ante el viciado clima político de su país y su marcha a la vieja Europa – esta vez sin poso balcánico, ojo – , reclama a gritos una vigencia que merece. Y además, crece con cada escucha y se reserva lo mejor para el final: el remate que forman “Light in the Atoll”, “We Never Lived Here” y “Fin” es de una belleza deslumbrante. Beirut no pierden el hechizo y siguen siendo necesarios. Quién lo iba a decir.
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