Beck Hansen es una de las figuras más deslumbrantes y originales surgida en la década de los noventa y, con "Mellow Gold" (Geffen, 94), se convirtió en paradigma de modernidad, además de escenificar a aquel “perdedor” que todo el mundo adoraba. Un cuarto de siglo después, el californiano cuenta con una carrera sólida y dilatada, a lo largo de la cual no ha dejado de evolucionar y cambiar de registro constantemente. Por el camino ha manifestado sus diferentes personalidades creativas, en una serie de retos de los que siempre ha salido (con más o menos claridad) triunfador. Así se sucedieron consecutivamente el autor anguardista, el hedonista, el profundo, el experimental, el gamberro o el intimista.
Dos años después del más bien inocuo "Colors" (Capitol, 17), el vocalista regresa con el que es ya su decimocuarto álbum de estudio y en el que, en cierto sentido, parecen converger varios de esos talantes artísticos. Si bien la referencia tiene en el electro-pop esa base común que de algún modo armoniza las piezas, "Hyperspace" (Capitol/Virgin EMI, 19) no deja de ser una especie de cajón de sastre, en el que Hansen da rienda suelta a su creatividad apuntando en diferentes direcciones. Lo hace con cierta irregularidad, agrupando composiciones de diferente pelaje pero también valía y alternando así joyas que añadir al catálogo destacado con otras anecdóticas o directamente fallidas. El álbum comienza con el introductorio minuto y medio de la brumosa “Hyperlife”, antes de dar paso al efectivo y exótico medio tiempo “Uneventful Days”, mientras que “Saw Lightning” es algo facilona pero resulta funcional recreada sin tapujos en su propia lúdica. “Die Waiting” (junto a Sky Ferreira) es una de las gemas del disco, apurando esa faceta nostálgica e introspectiva que también aparece en otras destacadas como “Dark Places” y la evocadora “Stratosphere”. Entre las que podrían ser intrascendentes se sitúan “Chemical”, esa especie de acercamiento al R&B que es “See Through”, o el tema que da título al elepé (con la colaboración de Terrell Hines). Por su parte, “Star” es una convincente representación del Beck de toda la vida, y “Everlasting Nothing” ejerce como majestuoso cierre con el que dejar buen sabor de boca.
Sería arriesgado afirmar que, en conjunto y en media, "Hyperspace" (Capitol/Virgin EMI, 19) es uno de los grandes discos del firmante, situándose éste lejos del calado emocional de "Sea Change" (Geffen, 02) y "Morning Phase" (Capitol, 14) -el último trabajo mayúsculo del angelino hasta la fecha-, la locura irresistible de "Midnite Vultures" (DGC, 99), el asombro del mencionado debut o la excelencia y amplitud de miras del insuperado Odelay (Interscope, 96). Pero, a cambio, contiene al menos media docena de canciones de gran nivel. Un bagaje que no solo invita a mantener la confianza en el músico, sino que prueba que Beck sigue siendo un creador necesario, respetado, inquieto y capaz de agitar. Aunque, como en este caso, sea de manera intermitente.
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