Parece que Baxter Dury se ha cansado de vestir en exclusiva ese traje de crooner seductor y vacilón que, por otro lado, tan bien le ajustaba en discos como “Happy Soup” (EMI, 11), “It's A Pleasure” (Le Label, 14) o el más reciente “The Night Chancers” (Heavenly, 20). Dury presenta, en el que es ya su séptimo álbum de estudio y en este caso bajo la tutela del productor Paul White, nuevas personalidades creativas, apuntando en diferentes direcciones y apostando por un disco de mayor diversidad, además de sensiblemente más ambicioso que anteriores entregas.
Una apuesta que incluye claros coqueteos con el hip & hop y el R&B, algo de auto-tune, y una generosísima presencia de voces femeninas (a cargo de Eska Mtungwazi, JGrrey y Madeline Hart) con las que comparte protagonismo. “I Thought I Was Better Than You” también presume de altas dosis de ironía, rencor y mala baba extendida sobre la lírica que enlaza canciones hasta conformar el decálogo, siempre con la temática consecuente derivada de haber sido hijo de un personaje tan conocido como Ian Dury (responsable del himno hiper radiado “Sex & Drugs & Rock & Roll”) como telón de fondo.
Y es que los habituales grooves del británico parecen aquí empañados en agitar más mentes y conciencias que caderas y pies, obviando en todo momento una hipotética pista de baile. Si bien “I Thought I Was Better Than You” continúa encontrando en el indie-pop de sintetizadores su principal aliado, lo cierto es que el elepé resulta bastante más complejo –en su propia composición y también en la posterior asimilación– de lo que Dury solía acostumbrar, algo que queda patente en temas mutados en auto-exorcismos del tipo de “Leon”, “Celebrate Me”, la inicial “So Much Money”, “Shadow”, “Crowed Rooms” o “Ayslesbury Boy”.
Siempre cabe agradecer que un músico se adentre en caminos inéditos para evitar el estancamiento, pero lo cierto es que han desparecido esas piezas directas, sensuales, traviesas y disfrutables que lucían con intensidad en obras previas. El autor manifiesta una personalidad que apunta a madurez prematura y que, en la práctica, se traduce en media hora con tramos de relativa inercia. La misma que hace que, definitivamente, se añore aquella chispa tan canallesca de antaño, ahora desaparecida o cuando menos disimulada.
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