Decir que Diego Vasallo está de vuelta no sería del todo exacto, porque realmente nunca se había ido. Desde hace lustros divide su tiempo entre distintas facetas artísticas (pintura, música y escritura, principalmente), y eso hace que sus lanzamientos estén cada vez más espaciados en el tiempo. Su último trabajo en solitario se había publicado en 2010 -“Canciones en ruinas” (Warner)-, aunque en estos siete años también tuvo tiempo para resucitar junto a Mikel Erentxun el cadáver exquisito de Duncan Dhu con un EP -“El duelo” (Warner, 13)- y una extensa gira.
Ahora presenta “Baladas para un autorretrato”, su primer álbum para Subterfuge Records después de tres décadas en GASA (que fue absorbida por DRO y posteriormente por Warner). En ese aspecto se puede decir que Diego vuelve a sus orígenes al trabajar de nuevo con una discográfica independiente, que por concepto quizás sepa manejar mejor su actual caudal creativo, de marcado carácter artesanal.
Musicalmente el disco supone un cambio en su trayectoria. Si en anteriores trabajos el empeño de Diego había sido el de desnudar las canciones, reduciéndolas prácticamente a su mínima expresión (guitarra acústica y voz), en “Baladas para un autorretrato” vuelve a vestirlas. Son ropajes leves, pero más cercanos al rock, territorio del que se había ido alejando paulatinamente. Dice su autor que mientras registraban este álbum escuchaban discos de Tom Waits, T. Bone Burnett y Elvis, y algo de todo eso ha quedado impregnado en el sonido, premeditadamente sucio y arenoso. No en vano ha sido grabado por una experimentada banda de rock’n’roll en la que han coincidido miembros de Chicktones y The Puzzles, además de Quique González (piano y armonio) y César Pop (acordeón), capitaneados todos ellos por Fernando Macaya, de Los Deltonos, que ha compartido las labores de producción con el propio Vasallo. Juntos han construido ocho canciones lentas, crudas, ásperas. Una instrumentación sobria y concisa que arropa la voz cavernosa de Diego sin robarle protagonismo. Porque ese es el núcleo más esencial del álbum: las letras. Textos escritos con maestría, recitados con voz grave y profunda.
El tono general del disco es sombrío, y ahí están piezas como ‘Ruido en el desierto’, ‘Fe para no creer’ o ‘Mapas en el hielo’ para demostrarlo. Sin embargo, también encontramos destellos de luminosidad en los aires italianos de ‘Cada vez’, que puede recordar a aquella viejas bandas sonoras de Nino Rota, o especialmente en ‘El desconocido’, un brumoso cuento a la manera de Washington Irving. Se crea así un apacible equilibrio entre luz y oscuridad, como un cielo lleno de nubes entre las que se cuela algún rayo de sol.
Si aceptamos el axioma de que hay discos de búsqueda y discos de hallazgo, “Baladas para un autorretrato” es en la carrera de Vasallo, sin duda, uno de estos últimos. Todas las pruebas con la voz, todos los experimentos con la desnudez instrumental y las diferentes texturas registradas en trabajos anteriores cristalizan y adquieren sentido pleno aquí. Un disco con el que, parafraseando al propio Diego, el pasado queda podado a conciencia y ante el que el futuro se rinde sin oponer resistencia.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.