“No vendo humo, regalo niebla”. Con esta frase Erik Urano resume el principal impulso detrás de una carrera que, a paso firme y con un extremo cuidado en cada nueva entrega ha ido afianzando al vallisoletano como una de las voces más personales e interesantes dentro del panorama musical español de los últimos años. Envuelto en esa áurea de misterio y simbolismo a la que nos tiene acostumbrados y parapetado tras un pasamontañas para caracterizarse como su alter ego Flat Erik, los cinco temas con los que da forma a este nuevo trabajo suponen, una vez más, un acierto a sumar en la impecable discografía de un tipo que ha sabido situarse siempre en un terreno en el que juega él sólo.
Balaclava (Flat Bits, 2018) suena a grime y a hip hop oscuro con estética “gueto futurista”. Suena a barrios que cambian a una velocidad pasmosa y a la pérdida de identidad que esa velocidad provoca. Suena a electrónica y a desolación; a oscuridad, vértigo y frío. Suena, en definitiva, a Erik Urano, que esta vez cuenta con una apabullante lista de aliados en las labores de producción de cada tema.
Al ya habitual Zar1 (espectacular como siempre en No I.D) se suman Manul & Energy Man, Skyhook & Fake Guido, Edu Omega y Lost Twin. Cada uno aporta su personal visión para crear atmósferas sonoras frías y sintéticas que beben del jungle, el hip hop tradicional y el grime en una suma de sensibilidades y contrastes que funcionan a la perfección, desde la contundencia sucia y callejera de la titular Balaclava hasta las atmósferas casi alucinatorias de Capsule (impecable el trabajo de Lost Twin), pasando por la densidad asfixiante de Vybz (primera colaboración entre Skyhook y Fake Guido). Cada canción encierra su propio universo sonoro, y el conjunto ofrece una cohesión y una coherencia que funcionan como un puñetazo en la mandíbula.
Todos los elementos habituales en la lírica de Erik Urano están presentes aquí: el frío como metáfora de la anomia en una realidad con “menos salidas que fobias”, los paisajes industriales y la tecnología como representación del aislamiento del ser humano en un presente gregario y asfixiante, y la cosmología y el imaginario espacial como válvulas de escape, aunque la oscuridad de los textos esta vez supone una vuelta de tuerca hacia una madurez creativa que permite al de Valladolid ser afilado como nunca en su constante crónica de un presente que no augura finales felices. No hay oxígeno en Balaclava, de la misma manera que no hay luz: armado con una avalancha de referencias y dobles sentidos en cada frase, Erik Urano construye un discurso sólido como un muro en el que cada palabra está medida con precisión de cirujano. Y es que Erik Urano sabe escribir de verdad. Su estilo glacial, con un fraseo certero que funciona como ráfaga de ametralladora, no ofrece tregua al oyente.
Cada imagen presentada encierra un mensaje oculto en un juego de simbolismos tan desconcertante como efectivo, y como si de un relato de Borges o de una canción de Kate Tempest se tratara, cada estrofa ofrece diferentes niveles de lectura y profundidad en una espiral obsesiva con el tema de la identidad como eje central, o la falta de ella para ser más exactos (“No I.D bajo el balaclava, yo soy todos bajo el balaclava, lágrimas bajo el pasamontañas”). Nada es casual aquí, cada palabra elegida cumple su función para construir un discurso unitario sobre la alienación y la deshumanización en forma de textos tan oscuros y fríos como los paisajes en los que han sido escritos, y es ese dominio de la palabra y esa habilidad para crear un discurso propio, tan personal como único, lo que convierte a Erik Urano en una maravillosa anomalía dentro del universo musical patrio, más allá de estilos y etiquetas.
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