“YHLQMDLG” no ha hecho más que reafirmar algo que sabíamos desde hacía un tiempo: Bad Bunny va a su puñetera bola. Pero él lo ha querido secundar con el acrónimo de su último –e imprevisto– álbum, anunciado hace unas horas junto a Jimmy Fallon. La treta de estrenar disco en sábado –los lanzamientos acostumbran a programarse en viernes– es una patochada comparada con algo que sí le hace un faro generacional: una hiperproductividad tocada por la varita de la frescura.
Nadie en la nueva camada del reggaeton ha conseguido tanta asiduidad y, a la vez, tanta pegada. Bad Bunny ha lanzado desde 2018 dos álbumes, más otro junto a J Balvin (“Oasis”), además de multitud de colaboraciones, y siempre se han sostenido en la originalidad y una idea avanzada de qué es el reggaeton hoy. Mención aparte a lo magnético de su personaje, siempre divertido, y cada vez más complejo. Dentro (“Yo perreo sola”) y fuera de sus cedés (camiseta reivindicativa a Alexa Luciano Ruiz).
Cuando hordas de artistas matan por una base caderona, él despacha multitud de temas de géneros variables, y apenas sin despeinarse (no es un chiste). “YHLQMDLG” tiene veinte canciones, sesenta y cinco minutos de metraje de alta tensión. Y más empastado que “X 100PRE”. Sin aturullar. La variabilidad de ritmos entretiene mientras las segundas capas, una especie de lounge tropical, luminoso a veces y vampírico otras, hacen emocionante el paseo y lo elevan definitivamente a electrónica de calidad. ¿Qué montaña rusa es mejor, la de crestas pronunciadas o la que mantiene la incertidumbre en cada loop?
Más allá de desvaríos puntuales (“Si veo a tu mamá”, teclado revienta seseras, y “Safaera”, un torbellino que recuerda a la época de Lorna, con Ñengo Flow y Jowell & Randy), el disco sigue un camino marcado. Se inicia en el baile y va ganando oscuridad, cadencias traperas, a medida que se cierra. Acaba con una desnuda “<3”, una agradecimiento a quienes le han sostenido. El corazoncito del joven rey.
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