La lucha por el cetro del pop global, ese que habla castellano al mundo y que suena a Caribe electrónico, anda abierta. Nadie duda que 2018 fue el año de J. Balvin y “Vibras”. Porque tal vez el único que podía discutirle la gobernanza era Bad Bunny, que llegó tarde, pero dando duro.
El puertorriqueño publicó a finales de diciembre su primer disco, “X 100PRE”, después de tres años reventado de ‘hits’ el ‘streaming’ y las discotecas. Pero hacía falta un álbum que cerciorase si había auténtica chicha tras sus gafas lacadas. Chivatazo: ya puede vacilar a toda la nueva camada latina. Ozuna, Bryant Myers... Tienen camino por correr, no llegan a la treintena (como Bunny), pero ‘el conejo malo’ muestra más virtudes: eclecticismo –casi– suicida, el suyo.
Si “Vibras” construye un relato sólido gracias al ambient de sus interludios, “X 100PRE” opta por el despiporre: trap, EDM o punk. “Tenemos que hablar” la podrían firmar Sum 41 y “Otra noche en Miami” parece sacada de “Drive”. La magia la pone el boricua Tainy, productor de moda en USA. Y las colaboraciones, en general, suman: Diplo (“200 MPH”) o El Alfa en la más pistera, “La Romana”. La del todopoderoso Drake, en cambio, es más simbólica que efectiva, como la del camuflado Ricky Martin (“Caro”). Durante el disco asoma algo de paja, pero los cortes muestran voluntad de vanguardia.
Además, Bunny suma una crítica política insólita: “RLNDT”, sobre la desaparición de Rolandito Salas Jusino, o “Ser Bichote”, que cuestiona el supuesto cierre de escuelas de la Junta de Control Fiscal.
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