Del mismo modo que Mijaíl Gorbachov se hizo con el liderazgo de la URSS para dinamitarla desde dentro y abrirla al capitalismo después de años de pugna, Bad Bunny se convirtió en el símbolo de la música urbana (reggaeton, trap, como lo quieran llamar) para demolerla. La ambición experimental de Bad Bunny no es nueva. Desde que dejó a DJ Luian y a Hear This Music en 2018 ha ido alejándose cada vez más de la esencia de los géneros que lo encumbraron. Lo que en ‘x100pre’ dio lugar a uno de los mejores discos de la última década, en ‘YHLQMDLG’ ya empezaba a oler peor. La impresión de estar haciendo reggaeton para no reggaetoneros era palpable por propios y ajenos. Unos mirábamos con cierta desconfianza, otros asentían entusiasmados: “a este sí lo entendemos”.
Comulgar con un estilo musical en concreto y odiar los demás es pobre y no recomendable y ’El último Tour del mundo’ es un buen disco porque Bad Bunny es un gran cantante. Sin embargo parece que el puertorriqueño está buscando desesperadamente hacerse con el disputado título de “la voz de su generación”. Sus constantes “Yo hago lo que me da la gana” a lo largo de sus últimos trabajos me suenan más a “excusatio non petita, acusattio manifesta” (si te excusas de algo sin que nadie te lo haya recriminado, estás acusándote a ti mismo de lo contrario): Bad Bunny se ve arrastrado a alejarse del reggaeton y su hedonismo acercándose al grunge de Nirvana o al sentimentalismo lacrimógeno de Billie Eilish para no ser solo un artista de reggaeton. Como si lo despreciara. Porque el reggaeton, a pesar de su dominio sonoro, parece no encajar con los paradigmas de una época que podríamos definir con el título de aquella película premonitoria: “las ventajas de ser un marginado”. Lo contrario a celebrar con los tuyos en una fiesta.
Bad Bunny con ’El último Tour del mundo’ mata dos pájaros de un tiro: por un lado amplía su público como artista acercándose musicalmente a quienes nunca salieron a bailar reggaeton; por otro amplía su discurso acercándose a los que nunca disfrutaron bailando reggaeton. En más de una ocasión habla sobre su premio a Compositor del Año como si estuviera dolido con quien se lo desprecia. Justo los mismos a quienes intenta contentar ahora. Escribíamos hace poco sobre el posible caso de Bad Bunsy. Ahora podríamos hacerlo sobre Sad Bunny.
Más allá de juegos de palabras y contexto. ’’El último Tour del mundo’ es el tercer álbum de Bad Bunny en nueve meses. Al César lo que es del César. Bien aquí el puertorriqueño prestigiando el formato álbum y emulando a los grandes artistas rock de los sesenta (Dylan, The Beatles, los Stones) que aprovecharon su buen momento compositivo y una escena en efervescencia para hacer historia. Sin embargo, cuando te expones tanto creativamente los altibajos son normales, y no pasa nada.’El último Tour del mundo’ nos deja con las letras menos impactantes de Bad Bunny hasta la fecha, así como con las interpretaciones más desganadas. Como comentábamos al principio, Bad Bunny sigue siendo un músico excepcional, y el álbum está por encima de muchos otros lanzamientos del género, pero carece de la magia que tenía. Hay más en su verse en ‘One Day’, que en algunas de las canciones de este álbum. ’DAKITI’, ‘BOOKER T’ o ‘TE DESEO LO MEJOR’ o ‘YO VISTO ASÍ’ son temas muy potentes (y diversos entre sí) que evidencian que el resto no están a ese nivel. Como muestra, ‘LA NOCHE DE ANOCHE’, su tema junto a Rosalía. Una versión descafeinada de lo mejor de ambos artistas.
’El último Tour del mundo’ aupará casi seguro a Bad Bunny a lugares todavía más elevados en las listas de ventas y, sobre todo, en el imaginario colectivo, pero hay formas y formas de matar al padre y dejar atrás lo anterior. Y este álbum no es ‘Highway 61 Revisited’, desde luego.
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