Dando ha ido y casi ha vuelto del infierno, y por fin se presenta con el disco de folk en solitario que quería grabar desde que tenía uso de razón. ¿Folk? No tanto. Al menos en la primera mitad del disco se demuestra por qué ha contratado a los vagos más hiperactivos del rock, Giant Sand, y al pluriempleado Chris Brokaw, aparte del primito segundo Ben Lee, y se saca de la manga seis canciones marcianas en las que Dando suena potente, ahogado, romántico, desesperado y juguetón. Como un sueño maravilloso. Y Howe Gelb, bueno, parece que saca brillo de donde no hay. O serán las condiciones leoninas de producción habituales de Goggin. Pero es que a partir del séptimo corte, viene el aburrimiento, la medianía, el querer y no poder, y el preferir que esto fuera un Ep fantástico antes que un álbum con tantas sombras. ¿Se marcharon de compras los colaboradores de fábula en la segunda parte del disco o se les acabó la sustancia que usaran para alucinar? Ni idea. Por mi parte, le seguiré dando al stop al llegar a la séptima canción, me dejaré de onanismos inútiles y me haré la ilusión de que Dando es lo genial que sólo es a medias.
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