Como una fábrica de chuches en una casa encantada, entre la dulzura y la tenebrosidad, se debaten los mexicanos Candy, un curioso conglomerado de trazas góticas pero también dreamy, a medio camino entre Beach House y Savages, entre Siouxsie and the Banshees y The Cure, entre Los Punsetes y Carla Morrison.
Sin pecar de excesivos, a lo largo y ancho de las nueve canciones de “Atlas” (2016) impregnan de algodón de azúcar y trenes de la bruja un conglomerado de canciones que se mueven con soltura en esa contraposición de beso y colleja. Un curioso sadomasoquismo estilístico (en el buen sentido) que da volantazo a la homogeneidad post-punk de “Control” (2012) y “Stranger” (2009), distanciándose de esos ejercicios de género y (sic) degenerando su sonido en esa sexy, ritual y equilibrada misa de canciones en las que cabe el post-punk pero también el dreampop, el dance, el synthpop, la new wave y la radiofórmula modernícola.
“Atlas” nos presenta canciones que se mueven entre el rock industrial y el tecnopop más místico (“Conjuros y rituales”) pero también que tiran de ecos, bajos gravitantes y aires entre Zoé y The Cure (“Faro Amelia”), entrelazan ramalazos de Nine Inch Nails con otros de Triángulo de Amor Bizarro o Foals (“Ellos tienen nombre”), imponen una suerte de ritual indietrónico repleto de falsetes y atmósferas gravitantes (“Atlas”), encuentran puntos bailongos en plan indie-dance en medio de auténticas misas post-punk (“Salvajes”, “Hombre de sal” o “Villa Aurora”), roban su idiosincrasia sonora a Los Punsetes (“El tiempo de los dos”) y hasta ponen en contacto a Marilyn Manson con Klaus & Kinski (“Reptil”). La primera misa negra para darse besos abre sus puertas.
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