Les dije que “Arquitectura efímera” no tenía hits, y me equivocaba. Les dije que Carlos Jean sobraba, y eso es verdad. Me callé que era su peor disco, y ahí también hubiera tocado hueso. Pero es imprescindible, más que nunca, concretar los baremos, porque “Arquitectura efímera” no es per se ni santo ni demonio. Si la autocomplacencia es mala, entonces es malo. Si fijarse en los Dandy Warhols es innecesario -que lo es, si te llamas Fangoria-, entonces es peor. Si traspasar la frontera de lo emocional es bueno, entonces es como el mejor disco de Fangoria. “Arquitectura efímera” asume riesgo cero, pero funciona por compensación. Lo que la producción echa a perder con un brillo manso y simplón -que nadie se lleve las manos a la cabeza, el fiasco se veía venir desde “Naturaleza muerta”-, lo arreglan las canciones y las letras. Ambas resultan fangorianamente tópicas, resignadamente desgarradoras. Las primeras buscando el perfecto estribillo de clímax melódico-electrónico, las segundas buscando palabras de malditismo sentimental, las que mejor manejan, las que más aprecian sus seguidores. Las que toman de la canción ligera, las que los hacen únicos. Las que convierten cualquier disco de Fangoria en irreemplazable. Al menos mientras la vida siga doliendo. Y donde hay amor hay dolor, bien lo saben ellos...
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