Cada dos o tres meses aparece un disco que te roba el corazón, que no dejas de recomendar y que, cuando te has cansado de reivindicar sin obtener demasiado éxito, acaba saliendo a la luz sea por el motivo que sea.
Ocurrió con “The Mysterious Production Of Eggs”, y no va a ser necesario con “Armchair Apocrypha”, más que nada porque no nos coge por sorpresa después de tan brillante predecesor. Tras escarbar en el jazz, el folk y el pop, Andrew Bird se comporta ahora como un cantautor de la emergente nueva ola estadounidense. Quizás eso haya repercutido en que la variedad estilística de antaño se haya reducido para centrarse en el pop. Eso no le impide continuar siendo él mismo, sin perder un ápice de su personalidad. La tríada inicial con “Fiery Crash”, “Imitosis” y “Plasticities” es tan brutal, tan honesta y hermosa, que las restantes piezas del disco parecen composiciones menores, pese a que entre ellas se incluyan algunas tan especiales como “Armchairs” –con un poso a lo Jeff Buckley-, la más arriesgada “Cataracts” o la final “Yawny At The Apocalypse”.
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