Collapsed in Sunbeams
DiscosArlo Parks

Collapsed in Sunbeams

10 / 10
Carlos Pérez de Ziriza — 29-01-2021
Empresa — Transgressive
Género — Pop

Cuánto se habla de las defunciones, de las bajas irresolubles, del socavón demográfico que puede dejarnos esta pandemia, y qué poco de nuestra salud mental. En cierto modo es lógico: vivimos instalados en un cortoplacismo casi tan sangrante como el de quienes tienen vara de mando. Y además, aquí hemos venido todos a hablar de nuestro libro. Para eso están las redes sociales. La búsqueda del equilibrio emocional y el cultivo de la empatía no cotizan al alza, precisamente. Pero si de algo parece andar sobrada Arlo Parks, compañera de sello de Loyle Carner, insultantemente joven (apenas veinte añitos) e insultantemente talentosa, es precisamente eso, su capacidad de ponerse en el lugar de los otros y el precoz conocimiento de nuestras vulnerabilidades emocionales – que irán a más en tiempos tan quebradizos – que muestran sus letras. Una clarividencia tan temprana que asusta, y que lo mismo sirve para dar visibilidad a la Mental Health Charity (con quienes colabora) como para postularse a revelación del año a juicio de la BBC o figurar en una playlist molona de Michelle Obama.

¿Suficiente para afirmar que ha nacido una estrella? Desde luego que sí, desde el momento en que anotamos que su perspicacia para el diagnóstico del pathos de nuestro tiempo (tenemos emblema de la generación Z para rato) corre parejo a su forma de embutirlo en un envoltorio comercial pero detallista, lujoso pero contenido, asequible pero a la vez fluido: no es neo soul al estilo de las producciones futuristas que Erykah Badu o Jill Scott proponían hace ya veinte años, no, ni menos aún el de la lectura evolucionada que encumbró a Janelle Monáe una década después; es más bien algo que tiene que ver con la herencia del soul de guitarra de palo (India.Arie y todos los hijos e hijas de Bill Withers) combinada, en algunos momentos, con esos subgraves sísmicos del mejor trip hop (la sensacional “For Violet”) o con modismos de producción que a ratos sintonizan con el groove escueto de The xx. Muy propio de una artista que adora por igual a Vashti Bunyan y St Vincent, y que se ha hecho acompañar del norteamericano Gianluca Buccellatti (escuchen a Hazel English, Overcoats o Tei Shi, otros talentos femeninos a los que ha supervisado) en el estudio. Aunque por encima de la forma está el fondo. Canciones como soles. Irrebatibles desde cualquier punto de vista.

Confesional, inusualmente madura para su edad, dúctil como vocalista, convincente cuando le dice a una amiga que le lamería el dolor de sus labios cuando sus ojos se ponen como los de Robert Smith al aguársele el maquillaje por las lágrimas (en la preciosa “Black Dog”), diestra en el arte del spoken word y dominadora absoluta de medios tiempos en los que (como el de la fabulosa “Hope”) parece un cruce entre Amy Winehouse y Blood Orange, la británica ha facturado un álbum de debut ante el que resulta imposible no entusiasmarse. Y en el que no tiene sentido seguir ahondando en el detalle de su tracklist porque todo, absolutamente todo, bordea lo sublime. Y revienta el cajón de los adjetivos.

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