El tiempo no pasa en balde, y Arctic Monkeys siguen tan instalados en la mullida placidez inaugurada con “Tranquility Base Hotel & Casino” (18) que prácticamente parece aquí otra banda distinta a la que asombró a medio mundo con su debut, hace ya dieciséis años. La plenitud vocal y compositiva de Alex Turner, más crooner que nunca, trasluce en diez cortes –grabados en la quietud del priorato de Butley, con James Ford por cuarta vez consecutiva a la producción– que vuelven a nacer del piano, y no de la guitarra. Y que ahondan en aquella vía.
El falsete de “Body Paint”, que arranca a lo Bowie y luego se pone Beattles para acabar recordando al soul satinado de los setenta hasta que desemboca en un estribillo de lo más quedón, es una de sus pruebas concluyentes. También las guitarras wah wah y los coros a lo Philly Soul de “I Ain’t Quite Where I Think I Am”, o el blue eyed soul de “Jet Skis On The Moat” (uno de los dos temas coescritos con el recién incorporado guitarrista Tom Rowley), acreditan esa solvente madurez que otea la mediana edad con precocidad: es lo que ocurre cuando todo se acomete demasiado pronto.
Si algo destaca en este séptimo largo son esos arreglos de cuerda que desde que The Last Shadow Puppets permearon son una constante, exuberantes en una “Sculptures Of Anything Goes” (esta con rúbrica conjunta del otro guitarrista, Jamie Cook) que diríase salida de una banda sonora de una película de James Bond. En cualquier caso, prima de nuevo una suntuosa y contenida elegancia que si se descuida puede pasar de la ensoñación al adormilamiento (les separa esa finísima línea), apenas disipada en su segundo tramo por la vivacidad de una “Hello You” que hace de necesario arbotante y el indisimulado guiño a Burt Bacharach que es el broche de “Perfect Sense”. “The Car” es, en resumen, una estilizada travesía vintage, con billete de ida y vuelta a los años sesenta y setenta del siglo pasado (el tema titular suena directamente a pop barroco) que reconforta lo suyo, pero que (de nuevo) no arrebata.
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