Que en el siglo XXI, seguramente, no haya figuras más fascinantes y personales en el mundo de la electrónica que Burial, Moon Wiring Club y Arca, es algo que, a cada año que pasa, queda plenamente ratificado. En este sentido, tras haber probado la versión pop star de sí misma, Arca retorna con los tres volúmenes que completan sus series “Kick”, y, como no podía ser de otra manera, lo hace de una forma desafiante con las pautas establecidas del canon electrónico dominante que se impone hoy en día. En este sentido, quizá no haya expresión más demoledora que su mutación genética del ADN reggeatonero en “Kick ii”, mediante el que impone las reglas del juego desde el mismo centro de la dimensión Arca. O sea, una jungla ultra orgánica de cables y electricidad digital poseída por la naturaleza incontrolable de un espíritu que, en el fondo, siempre está buscando nuevas perspectivas de belleza. Eso es lo que ocurre en su particular deformación onírica del reggeaton llevada a cabo en temas como “Prada” o en el drum & bass narcotizado que se marca en la magnética “Skullqueen”.
Esta última pertenece a “Kick iii”, segunda de las entregas que vienen a completar el lote, en la que se dedica a malear las matemáticas binarias del ritmo con un surtido demencial de reinterpretaciones de la expresión queer en la liturgia dance underground. Y lo hace por medio de vampirizaciones tan estridentes como en la alucinación grime, sucia y oscura, de “Ripples”.
No hay asidero al que agarrarse en tan desbordante visión Arca de la materia musical. Tal como sucede en los contrastes entre lascivia al cubo y luminosidad cegadora de “Rubberneck”, el eje de rotación de la formulación aplicada por la venezolana se basa en el choque permanente entre el impacto literal de la deformación ritmica, aparentemente, desestructurada, brutalmente selvática, y un hipnótico reflejo onírico de composición distópica.
Dicho planteamiento es el que también prevalece en “Kick iiii”, en la que se impone su visión polimórfica de la criatura pop. De su caleidoscopio mágico, surgen monumentos de belleza ultra digital como la fantasmagórica “Boquitafloja”. También relucen piezas mayores como “Xenomorphgirl” o el minimalismo híper auto-tune de “Altar”, cierre magistral a semejante bacanal de todas las metamorfosis que conocemos, hasta al momento, de la diva ciberpunk por antonomasia.
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