Desconozco el momento en el que la música empezó a distanciarse de su sentido más tribal, primitivo y festivo para convertirse en una forma de expresión a través de la cual los seres humanos pudiéramos dejar entrar la luz a los rincones más oscuros de nuestras existencias o expiar el apetito voraz de los demonios que se nos comen por dentro cuando la vida nos ha dado la espalda. Ese momento tuvo que tener sin duda algo de divino. Quizás fue algo sanador, quizás expiatorio, pero posiblemente ahí nació una forma de entender el arte indisoluble de la esencia más íntima del ser humano con la que todo esto de la humanidad se enriqueció mucho.
Puede que compartir la exaltación de los buenos momentos esté infravalorado, no se lo niego, pero compartir la oscuridad, los deseos más corrosivos o nuestros miedos más atenazadores requieren de una fuerza interior (o de una debilidad extrema, quién sabe) que obliga a sobrevivir a todo ello y plantarlo frente a los demás, frente a sus ojos y sus oídos. No crean que me estoy yendo por la ramas, sino que precisamente eso es lo que transmite esta emocionante obra maestra que firma el venezolano Alejandro Ghersi, más conocido como Arca. Porque "Arca" no es un disco que el mundo necesitase (aunque ahora algunos no podremos pasar sin él durante una buena temporada), sino el que Ghersi estaba obligado a grabar. Un equilibrio entre oscuridad y luz, entre tristeza y melancolía.
En un ejercicio de seppuku emocional ultramodernista, "Arca" nos habla sobre la fuerza del deseo, de cuando el amor y el sexo nos arden en las entrañas y resulta imposible huir de él. Nos habla de otros sexos y de otros amores mientras mantiene la capacidad de experimentación musical (escúchese "Castration" si lo dudan, o "Whip", con sus latigazos sampleados) que siempre ha caracterizado al venezolano. Solo que con una grandiosa novedad que ha dotado a su universo de aromas, intenciones e intensidades distintas: su delicada y melodramática voz en castellano. Arca susurra y canta como un contratenor operístico al que el corazón se le estuviera empequeñeciendo a cada segundo que pasa, tendiendo un puente invisible pero solidísimo, entre la Björk más libre y la Anohni más lírica.
Arca no plantea una escucha sencilla –ninguno de sus discos lo ha hecho-, más bien al contrario, pero la recompensa es amplia si nos permitimos lanzarnos de cabeza a su piscina y no nos preocupa perder el mundo exterior de vista durante tres cuartos de hora. Sus trece canciones dibujan un universo asfixiante y melancólicamente precioso en el que se esconde un lirismo intangible levantado sobre capas de la emotividad más visceral y valiente que uno pueda encontrarse fuera de los tópicos en un disco moderno. "Arca" suena como "Vanity" ("Mutant", 2015) o "Sad Bitch" ("Xen", 2014), aunque los lamentos y los susurros de Ghersi convierten cada pieza en un bolero triste, con unas letras que crecen en expresividad cuando el venezolano las rodea con su habitual manto de electrónica experimental.
Como en los grandes libros, un par de pasajes bien podrían resumir su grandeza. Y quizás los más claros, útiles y directos se materializan en la emotiva "Anoche" y en la melodramática "Reverie", en la que Arca repite a modo de mantra los primeros versos del clásico venezolano "Caballo viejo" de Simón Díaz; dos singles que funcionan perfectamente como muestra de lo mucho que esconde este intenso "Arca".
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