Tercer álbum, sello nuevo y refinamiento de la fórmula de Apartamentos Acapulco. Tres vértices de una misma receta. Con ella, los granadinos dan una lección soberana de lo que es crecer, madurar, dar plenamente con un camino propio y reconocible. Al igual que les ocurre a Él mató a un policía motorizado, pero en otra clave, podrían haberse quedado ad aeternum como epígonos de Los Planetas, que para eso su sombra es bien alargada. Pero no. Se reconoce su linaje, sin duda. Pero también su manejo de los varios palos de una baraja que es como un árbol genealógico en común, una casa madre, y no una simple factoría de clones. La palpitante emotividad de estas once canciones emite el latido (casi amateur) de quienes se educaron musicalmente en la bisagra entre 1987 y 1992: brotes de electricidad desmañada, estribillos ensoñadores y letras sencillas, con las venas bien abiertas. Sí, el dolor de ser de corazón puro.
Pero hay en ellas también la suficiente destreza como para que el manual de estilo no vea cómo sus hojas se abarquillan: escuchar el cándido alboroto juvenil de “Y tú en Barcelona”, la descontrolada maraña eléctrica de “No entiendo, ni quiero”, el mesmerizante estallido shoegaze de “Ahora sé”, el trip sintético de “Vastida”, la ternura desarmante de “Un nuevo comienzo” o el vigor expansivo de “Vámonos de viaje” hacen que te llegues a sentir veinteañero aunque peines canas. Y eso es lo mejor que se puede decir de este disco: que el elixir de una cierta juventud resuene aún en este lenguaje de guitarras eléctricas en pleno 2021.
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