Una nueva brisa fresca flamenca proveniente de las dos orillas del atlántico se cuela por la ventana, con aroma a tierra mojada y flores silvestres que se desperezan bajo el rocío y los primeros rayos de sol. Así nos llega “Cayana”, el embriagador debut de la joven cantaora, compositora y arreglista Anna Colom: nueve cantes de ida y vuelta con alma jonda y alas empapadas de sones latinoamericanos, folclore ibérico y ritmos africanos, dolientes y alegres, que trajeron los esclavos de costa a costa. Todo mezclado orgánicamente, intercalando letras populares con composiciones propias en las que los palos y rítmicas flamencas juguetean, se funden y atemperan, rezumando ese mestizaje y esencia camaleónica que late en el flamenco y en todo arte libre. Sobre esas raíces infinitas que se alargan hacia las estrellas y más allá, nace esta “Cayana”, un trabajo que, como “El mal querer” de Rosalía (Anna Colom la acompañó como corista por medio mundo), también fue proyecto fin de carrera (Licenciatura en Cante Flamenco por la Escuela Superior de Música de Catalunya).
Esta celebración y abrazo entre el flamenco y el folclore, resonando y fusionando los ecos primitivos con nuevas sonoridades, sin artificios ni complejas producciones, comienza a fuego lento (guitarra cristalina de Exequiel Coria, omnipresente, al mando), con el despertar de “Nana a Martí”, un bellísimo vaivén que nos mece y arrastra, sumando texturas, ritmos y coros hasta su luminoso despegar final. “Tientos de la Memoria Negra” y ya no hay vuelta atrás, caemos por completo en sus redes, a base de un refinado y adictivo hechizo que rezuma samba brasileña y candombe uruguayo, con una trompeta que abre el cielo y Anna derrochando pellizco y sabrosura a partes iguales. Y si “estábamos esperando a ese amor que no llegaba” por tientos, ahora brindamos con un fandango que sabe a tequila por esos reencuentros y “amores que no tienen cura” en “Fandangos de India”, para terminar por coronarse con una guajira multicolor de latido cubano que es puro suspiro de amor y dolor, “De quererte tanto”. Cogemos aire en el ecuador y Anna nos araña por dentro con una elegantísima y sentida “Soleá del llano”, sobrada de templanza y poderío a partes iguales, atardeciendo en esa fina línea del horizonte donde se funde la zamba del folclore argentino con la más genuina de las soleares. Hay tiempo para respirar y sentir los campos de Segovia y Extremadura en “Trébole”, cantes por temporeras y trillas, rememorando los sones que nacieron sudados a pleno sol por los trabajadores; y del campo extremeño a los Montes de Málaga en “Teresita”, fandango abandolao para su madre, con extra de alegría y festividad por Verdiales. Y si “Cayana” es luz y amor de ida y vuelta por los cuatro costados, los soles más radiantes se levantan y acuestan por la bahía de Cádiz, ya sea por bulerías en “A mi Mariana” (dedicada a Mariana Cornejo), o con sabor cubano en el balancear de aquella niña que fue y siempre será, “cogiendo estrellas y poniéndoselas en el pelo” por bamberas, en “La niña del columpio”.
Como esos metales que se funden y enriquecen en la pasión del fuego de un crisol o “cayana”, así, alquimia a flor de piel, irrumpe Anna Colom con estos cantes, mezclando y fusionando flamenco y folclores hasta confundirlos y enamorarlos.
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