Para el oído distraído, dar por primera vez con el cancionero de Anna Andreu se podría comparar a encontrar un animal salvaje en mitad del bosque. Un episodio natural intenso en el que avistamos algo tremendamente bello, pero capaz de hacernos daño. “Els mals costums” es un disco instintivo y primario, hecho solo con voz, guitarra, batería y algún teclado; todo elevado a la enésima por un talento fulgurante. Las primeras canciones firmadas por Anna Andreu tras sus años en Cálido Home dibujan una corriente atemporal de melodías que dejan huella. Es un recorrido frondoso que guarda tantos misterios como para asombrar por mucho que lo frecuentes.
La primera toma de pulso de este paisaje encendido es “Torrent sanguini”, todo un vendaval de arrebatos. Los rasgueos de guitarra prenden una mecha emocional espléndidamente correspondida por ese trote de batería que es un latido acelerado. Una canción aguerrida y hermosa, donde la voz de Anna suena valiente y dolida. Tras esa punzada inicial, las aguas toman otro curso con la fuerza cadencial de “El part”. Un compás de reverberaciones oníricas que acaba desembocando en llantos desgarrados, como los de una madre al dar a luz. La dimensión introspectiva de la ambientación musical, más la calidad literaria y el subterfugio poético de las letras, nos hacen entender que estamos ante uno de esos grandes viajes donde se difuminan horizontes y nos perdernos en pensamientos. Los punteos de “El crit al cel” traen reflejos de luz y posan la mirada en las pequeñas cosas. La voz navega aguda, revisando episodios de vida y erizando cada palmo de piel. “La riuada” es otra canción que parece de otra época. Un vaivén melifluo y extrañado que encoge al más despistado. Después llega “El calvari”, un hit automático y sonriente que nos vuela la cabeza y levanta el espíritu. Pese a la melancolía adherida a sus versos, su marcha meliflua nos la revela como la más liviana y contagiosa de esta colección de maravillas. Parte del encanto está en las nítidas síncopas de Marina Arrufat, violinista de profesión que aquí se aventura con las baquetas para acompañar a Anna Andreu. Los ecos de introspección perezosa que envuelven “El desfici” enredan anhelos y significaciones, dando forma a sombras de días y horas que todos reconocemos. Desde sus primeros acordes, “Els mal costums” revela el peso específico de esa canción tan importante como para dar nombre a un disco. Su crescendo de fraseos trémulos y espectrales justifican esas comparaciones con María del Mar Bonet, y borran las fronteras del tiempo. No es difícil imaginar a Anna de niña, viendo girar un vinilo sin saber aún lo que es la costumbre.
Antes de lo que quisiéramos, “El que no som” despide el disco con una cortina de niebla que se cierra para resguardar un mundo inasible. Como ese animal que desaparece entre los árboles tras regalarnos un instante eléctrico, la música se evapora y nos deja palpitando y sin aliento. Ha sido todo tan corto y tan vivo, que solo podemos hacer una cosa: invocar de nuevo la magia, escuchar otra vez, repetir el ritual.
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