Como si los impulsos fueran el vehículo natural para expresarse, como si los espasmos fueran las articulaciones con las que se mueve la razón, como si la incomodidad fuera la manera normal con la que relacionarse con el otro, Lisabö ha buscado y encontrado su sitio. Influencias artísticas al margen, el crítico escribe sobre ellos movido por convulsiones extrañamente agradables, sabiendo de su idiosincrasia y haciendo -tratando mejor dicho- que ella penetre en estas líneas. Armados de nuevo con la prosa de Martxel Mariskal, a caballo entre la escritura automática y la poesía avantgarde, los de Irún gritan como si no hubiera nadie en varias millas a la redonda y ahogan los instrumentos hasta dejarlos exhaustos, pero con el suficiente soplo de vida como para volver a la carga sobre el oyente. Media docena de temas que no sé si conforman a “El pozo del animal avergonzado” como su mejor disco hasta la fecha (aquí el reposo temporal importa tanto como la primera escucha), pero sí les fortalece un carácter único ya en nuestra escena.
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