Hay algo en Animal Collective que les hace sonar con el paso cambiado respecto a los tiempos que vivimos. Y no es de ahora, claro. Viene de lejos. Ya sea porque el recuerdo de los singularísimos “Strawberry Jam” (Domino, 07) y “Merriweather Post Pavillion” (Domino, 09) pesa demasiado. Ya sea porque de un tiempo a esta parte parecen reservar su material más aventurado a proyectos paralelos y bandas sonoras. Ya sea porque, como le puede ocurrir a todo el mundo, Avey Tare, Deakin, Geologist, y Panda Bear tienen derecho a rebañar el cuenco de su propia fórmula desde su estatus de serenos padres de familia que operan a miles de kilómetros de distancia los unos de los otros, con lo que eso puede tener de química extraviada. Es este además un disco de 2020, a todos los efectos. Un decimotercer trabajo largo que participa, como cualquiera de los inmediatamente anteriores, de esa cualidad acuosa en continuo fluir que tiene su música, sin aparente ruta previa. El mismo pop atenuadamente imaginativo, colorista, repleto de tropos, texturas, cambios de ritmo y cromatismos variables (aunque la coartada pictórica era mucho más evidente, por razones obvias, en "Painting With", su disco de 2016), sin apenas ya rastro de interferencias kraut, africanistas o psicodélicas.
Con una vocación más diáfanamente pop, sin duda. No hay más que escuchar “Car Keys”, “Cherokee” o esa “Prester John” que es como una canción y una coda, por algo surge de dos composiciones distintas (de Avey Tare y Panda Bear), y que en su primera mitad (la canción, no la coda) recuerda mucho a The Flaming Lips de toda la vida (y no sé en qué medida eso es para ellos un halago). O ese resultón tributo a Scott Walker que es “Walker”. Por el contrario, “Strung With Everything” se hace reiterativa. Y preludia un último tramo del disco con trazo algo destensado, aunque el sabor de boca final es inmejorable tras el precioso cierre que es “Royal And Desire”.
Así, “Time Skiffs” es un trabajo algo desigual pero de una exuberancia reconfortante, perfecto compañero de fatigas incluso mientras dedicamos nuestro tiempo a cualquier empeño doméstico. Tal cual. Y volvemos un poco a lo mismo: no sé hasta qué punto su música nació para acompañar o para transformar. Para sedar o para volar la cabeza.
“Time Skiffs” resulta uno de esos discos con los que, dependiendo de hasta qué punto empaticemos con aquello del “no eres tú, soy yo”, socorrido latiguillo para explicar el desencanto por la oxidación que marca el paso del tiempo, como el que inspira el título de este álbum, lo disfrutaremos en mayor o menor medida. No es fácil resolver ese debate, al menos para mí. Me cuesta. Como me ocurría con "Vulnicura" (15) de Björk, por ejemplo. En esa zona templada. Porque el contexto también cuenta. Y de qué forma.
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