“Jaulas partías, resto de piel y alas… / jaulas partías, mientras la tierra ara, besa su hería… / La tierra por ser la tierra, conocerá mi dolor, / al pie del almendro estoy, / aunque le corten la flor…”.
Ángeles Toledano abre su rompedor debut, “Sangre sucia” (grabado de la mano del guitarrista Benito Bernal y el productor Javier “Harto” Rodríguez, especializado en música urbana), con toda una declaración de intenciones, acudiendo al origen, a la raíz profunda y cercana, “Araora”, una toná campesina ya en completo desuso (la grabación de dos campesinos fue la única referencia para su creación); un cante de arar la tierra en un estilo propio de su pueblo, Villanueva de la Reina (Jaén), “se cantaba literalmente tocando tierra y raíces para airearla y sembrar semillas”. Toná que ya lleva en su propio nombre ese juego y esencia doble de arar y orar, de espacio fértil, de cuerpo y tierra, de voluntad y movimiento… Y el origen se enmaraña con sonidos espectrales, monstruosos y acechantes por momentos, arrastrándonos de lo onírico a una brumosa pesadilla que parece guardar un venenoso secreto… “Guarda un secreto esa fuente de plata, / guarda un secreto, / el veneno en su agua, / el mal y el cielo…”. Recuerdo pocos inicios más sugestivos, inquietantes y valientes que esta toná emancipadora que ya muestra, con tradición y vanguardia, fluyendo y ensuciándose como la sangre que nos corre por las venas, que estamos antes una artista mayúscula con discurso, imaginario creativo, sonoridad y voz propia. La cosa se pone seria y sólo hemos cogido la primera curva.
Seguimos en la esencia impura, la única verdadera (nada de puertas cerradas), en la “Soleá” donde se funden los amantes y todo arte genuino, en la entrega vital y artística, en la creatividad sin barreras, con compromiso, pero sin miedos ni cadenas… Como ese amor de “Love minus zero/No limit” dylaniano que se comunica más allá del silencio y es hielo y fuego al mismo tiempo, auténtico, fuera de toda superficialidad limitadora y falsas expectativas (creadas interesadamente por otros), en oposición a las convenciones preestablecidas por los que estuvieron y están al mando de la sociedad. Así, en los versos de apertura, Ángeles acude a la primera letra que aprendió por soleá (“Al infierno que te vayas, / al infierno me voy contigo, / porque yendo en tu compaña, / llevo la gloria conmigo”), a su infancia, al florecer de su amor puro por este arte y al esfuerzo y disfrute en el camino: “Entro en el flamenco desde el amor puro, la incondicionalidad, sin miedo al compromiso”, como esa amapola de la soleá, que caracolea en el susurro del viento, “fundiéndose en uno sólo, / como yo con tu persona”. Interpretación a corazón abierto que nos deja sin aliento, demostrando dominio absoluto, sensibilidad y garra en cada tercio.
“Qué pensará la libertad / del pajarito que se queda en el nido, / compañerito del alma / y nunca aprende a volar”. Y ya no hay vuelta atrás, Ángeles Toledano abre sus alas y vuela con aires de jaleos extremeños en “Mamá, tenías razón”, acompañada en su lamento por un coro de mujeres jerezanas. Del dolor por el mal querer al empoderamiento femenino que rompe con lo cultural y políticamente establecido durante tanto tiempo, mirando a los ojos al afecto amoroso inscrito en el orden patriarcal y, con la hoja de la navaja que escuchamos en la magnífica producción, corta la soga y atadura establecida a lo largo de la historia: “la esclavitud en las venas”, sí, pero no, no conformarse nunca jamás, “que cuando quieras te lo explico, / compañerito del alma, / ya no me vale cara o cruz”. Con un quejío y lágrima natural en la garganta que, junto a letras propias de una carga poética y política al alcance de pocos, debería de despejar toda duda y acallar a toda ortodoxia vociferante con altas cargas de testosterona, aunque, ya se sabe y Ángeles lo canta pa perder el sentío: “Sólo nos queda gritar, / donde hay una mente sorda / es muy difícil escuchar. / Siempre una competición, / muchas medallas en el cuello / y pocas en el corazón”.
Y “¡vámonos!”, ese “rayo de sol (o luna) en la lucha que siempre deja la sombra vencida”, Toledano sonriendo con el alma por alegrías, con La Niña de los Peines en el ambiente y “X las niñas”, sus amigas acompañándola a jaleos y coros en un tema que es puro goce colectivo y derroche de energía vitalista en la mejor de las compañías. Un canto radiante y bellísimo a la amistad, al cuidado y al cariño, al amor entre mujeres, al apoyo mutuo y disfrute sin miedos: “Sólo pido que esta noche / la luna lunita nos ilumine, / que si no fuera la luna, / tampoco fueran los civiles”. Y coro de sus amigas: “Qué ole ole ole, / que mira compañera, / qué cortitas son las noches / estando a tu vera”.
Explosión de colores en la bulería clásica de sugerente título, “Nada ha pasado, pero ha sucedido”, a reventar de arte y compás, con Ángeles brillando como una arrebatadora fuerza de la naturaleza, sobrada de conocimiento flamenco y jondura (todo suma, pero las tablas, la ilusión y los años de formación tienen más peso que pertenecer a cualquier saga). Firma otra letra (a excepción del verso “Ojalá contigo fuera, / pero nunca caen los rayos / donde la tormenta suena”) que rezuma sabiduría popular y flamencura por los cuatro costaos. Acompañada al toque en esta y a lo largo de las pistas por el compañero artístico en mil batallas Benito Bernal y, en esta bulería que huele a jazmines, olivas y quereres que “se riegan y se cuidan si no se quieren perder”, se unen a la fiesta los Mellis, a las palmas y coros, más el plus del toque fresco y maestro de Yeray Cortés. “Yo dejé el vaso rebosar / y cambié lo que más quería / para derramarme en el mar”.
Y se sigue derramando con “La palabra en la boca”, versos recitados por Ángeles, ensayando un poema con la escritora y amiga Sara Torres en conversación presente, mostrándonos el interesante proceso creativo de búsqueda y acomodo de esas realidades escritas, de ese “alimento para el dolor”; encontrar “el lugar en la voz que dé sentido al poema”, un intento de, como le propone Sara, “pronunciar las cosas, no las palabras”, pensar y sentir de nuevo “el calor de esas manos”, degustar el dulzor y amargor de los recuerdos, parafraseando a Tía Anica La Piriñaca, que cuando cantes la boca te sepa a sangre: “Me rompiste el corazón / y pude verlo por dentro, / era un campo de cenizas, / de tinieblas y tormentos”. Al final, Sara le sugiere que pruebe a cantar el poema, y sí, por soleá apolá, los versos cogen temperatura, se sienten carne y espinas.
Taranta onírica y atmosférica en “Eres guapa”, con la guitarra de Benito Bernal tejiendo puentes entre estrellas, mientras Ángeles y su canto flotan (y nosotros con ella) como una astronauta que se pierde y encuentra en su espacio exterior e interior, con una letra popular que reafirma la belleza y energía femenina, sin necesidad de piropos externos ni horas de retirada… Doblan las campanas para llamar a los fieles en la “Seguiriya” y el tirititri y los ayeos de Ángeles parten el cielo en dos, con la cantaora erizando hasta el aire, haciendo suya la seguiriya grande de Manuel Molina sobre una sorprendente y pegadiza base electrónica de teclados y percusiones, fundiendo uno de los cantes troncales con su sentir y creatividad a flor de piel, sin que pierda un ápice de esencia: “A clavito y canelita / me hueles tú a mí… / la que no olía, / la que no huele a clavo y canela / no sabe distinguir. / A clavo y canela / me hueles tú a mí”, mientras una voz recita las letanías de la virgen y los creyentes repiten respuesta en bucle, “ruega por nosotros”, con la base electrónica de nuevo subiendo y la artista jienense rematando la seguiriya como las más grandes, cincelando un último tercio como si no hubiera mañana, a tumba abierta. Tradición y contemporaneidad de nuevo frente a frente, ensuciándose mutuamente, fundiéndose y brillando en una de las piezas claves de una obra que, sin lugar a dudas, dejará honda huella.
En la bulería “Nocturna manzana” comparten composición Benito Bernal y Ángeles, con Lole y Manuel y el Lorca del “Romancero Gitano” muy presentes. Pura fantasía y ensoñación que comienza espectral y cortante, para luego liberarse de la bruma fantasmagórica y seguir al ritmo de la guitarra repleta de aromas de Bernal y el compás de las palmas resurgiendo en la brisa de la noche; con coros femeninos y Toledano marcando el latido a seguir, embrujándonos con cada matiz, cambios de intensidad y giros melódicos de una voz que desgarra y sana al mismo tiempo: “Miro a la luna, miro a mi amor, / va vistiendo de plata mi corazón, / cuando llega la noche me hace despertar / y ella es la que ilumina mi caminar”. Y dije “embrujándonos”, en el buen sentido de la palabra, pero ese “embrujar”, en el mal sentido, es uno de los epicentros de este imprescindible trabajo: el lugar de la mujer en la historia, en la sociedad y en el arte, todas ellas unidas y marcadas por la “sangre sucia”, condenadas como brujas o relegadas a estar fuera de foco, a no ser referentes, a estar silenciadas o tener que hacer el doble de ruido para que se las escuche y se las deje de (mal)tratar como ese segundo sexo del que hablaba Simone de Beauvoir. Roles creados e impuestos culturalmente por los que mandan, por y para mantener su posición de privilegio. Sí, la injusta historia y la vida, contra la que hay que seguir rebelándose y arrimando hombros, como las valientes, como Ángeles Toledano.
No queremos que termine el viaje, pero la obra llega a su fin con “La misma sangre del cuerpo”, romance del ciclo carolingio como base de referencia de este aquelarre coral junto a las voces de sus amigas: “tú nunca estarás sola, amiga, porque te quiero”; dejando atrás toda tradición caballeresca de batalla y creando un conjuro colectivo femenino que elimina toda barrera e imposición de doctrinas ortodoxas y limitantes que nos vendieron una pureza que nunca existió como tal, y que sólo se sustenta a golpe de miedo: “Quitaremos los cerrojos enterrando nuestro miedos, / y abandonando las murallas que un día nos protegieron”. Un puñal emancipador que se deja caer en el filo de la luna, que ilumina la oscuridad y muestra un nuevo espacio para crear juntas, lejos de miradas autoritarias y de esa protección sesgada de quienes siempre piensan que saben más y creen tener la última palabra.
Un canto a la libertad creativa y a la impureza como latido esencial del arte y de la vida, a la sangre sucia, a la mezcla, a la mutación constante que no olvida la raíz, sino que la enriquece desde el sentir presente y hace que esté más viva que nunca. El romance termina con una oda a la menstruación y visibilidad de esa “Sangre sucia” que da título al álbum, simbolizando el mestizaje que se encuentra en la esencia misma del flamenco, en su propia historia de cruces y convivencia de civilizaciones. La pasión creativa de los cuerpos recuperada, la necesidad de ensuciarse para transformar y transformarse, compartiendo penas y alegrías entre iguales y diferentes, a base de comprensión y amor, sólo amor. De ahí, de esa impureza constante, de esa mezcolanza de interacciones y superación, crece la vida y el arte imparable y genuino, de ahí surge el flamenco y de ahí nos llega este mágico debut de Ángeles Toledano que, como su querida Hermione Granger en “Harry Potter”, aun siendo “sangre sucia”, conseguirá todo lo que persiga y desee, ya sea entrar en Hogwarts, llegar a ser una gran maga o, rodeada de sus amigas, ser una de las artistas flamencas más interesantes y emocionantes de la actualidad, para esto no le hace falta lechuza ni varita mágica, ya lo ha conseguido.
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