Ángel Stanich, ¿de dónde sacas tus ideas? Le preguntaría, si pudiera. Y la respuesta, aunque seguramente no desvelase ningún misterio insondable, sería bastante chanante. Como él. Inquieto, irónico y poseedor de un imaginario irresistible. Una de las voces con más personalidad surgidas en los últimos años -¡personalidad! solo hasta aquí ya era un éxito- pasa por la prueba del segundo disco con los galones que le otorga una gira interminable de presentación en sociedad. Y lo hace en modo triunfal, como quien duerme diez horas antes de un examen, gracias en parte a una banda de acompañamiento que a estas alturas es bastante más que eso. En el campo de juego Víctor L. Pescador (guitarra), Lete G. Moreno (batería), Álex Izquierdo (bajo) y la mano derecha de la formación, Jave Ryjlen (Idealipsticks), responsables de un soporte musical macerado en kilómetros de carretera que marca un antes y un después en la trayectoria del músico cántabro. Sigue siendo esencial además la figura del mentor, Javier Vielba (Arizona Baby), sin el que todo sería muy distinto. Seguro entusiasmado de nuevo a los mandos de la producción de quien ya no es tan joven padawan pero aún no ha mostrado todas sus cartas.
Antigua y Barbuda retrata a Stanich como una verdadera esponja de sonoridades, negándose a ser nada más que el crooner fronterizo predominantemente acústico que todos conocíamos hasta el momento para explotar distintas posibilidades. De los sintetizadores de Mátame camión (éxito instantáneo e hipervitaminado) a la más previsible respecto a sus registros conocidos, pero no menos estimulante, Un día épico. Concebido para escucharse en vinilo, en la cara B encontramos las mayores rarezas (o canciones que ganarán con el tiempo), capitaneadas por el delicado autoexorcismo que es Hula Hula y el descoloque total que supone un relato con aroma a transición como Camaradas. Destaca también Le Tour '95, y es que el ciclismo profesional sigue siendo una de las competiciones más épicas y vapuleadas (desde dentro y desde fuera), así como un derroche de estilo cinematográfico. Pero más allá de novedades, de aciertos o de errores, la clave es el mantenimiento de su propia esencia como el narrador de voz singular y relatos intencionadamente difusos, creador de potentes imágenes proclives a la fantasía y a la propia interpretación. Un carácter y estética que refuerza de nuevo el envoltorio con el fantástico artwork del ilustrador vasco Jon Juarez, incluyendo un tributo a Janis Joplin y a la gente “que no se da mucha importancia”. Justo como el autor, aunque en realidad pudiera, un Stanich efervescente con todo por decir.
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