Es indiscutible que Anari es uno de los hechos más destacables que le ha pasado al rock vasco en el último cuarto de siglo. Su consolidada carrera, historia viva de nuestra música, vive ahora un pequeño brinco con este cd single que a priori no adelanta un futuro -y muy esperado- nuevo largo. Más bien parece un capricho quizá, o un recordatorio de que sigue ahí, que no nos olvida a todos los que siempre esperamos sus canciones medicinales. Porque Anari cura con esa voz que es puro corazón y esos ritmos pausados y sostenidos en una emoción que trasciende y se remonta a sí misma.
“Orain entzungo duzun hau...” (Esto que vas a escuchar...), título genérico y frase inicial del disco para resumir dos canciones, que cronológicamente siguen al split single que publicó el pasado año en el que intercambiaba canciones con Thalia Zedek, (su alma gemela, habitante de un mismo reino, que el destino ayuda a cruzar, escribíamos en estas mismas páginas digitales), dentro de la serie “cOUPAGES” de Bidehuts, y poco después a una pequeña colaboración con los navarros Brecha en el tema “Los huecos”.
La primera canción es una adaptación euskaldun de “Vinu, cantares y amor”, que abría el ep “Canciones populistas” (2015) de cinco cortes del asturiano Nacho Vegas, qué duda cabe que otro hermano musical (y generacional) de la de azkoitiarra. Anari respeta el aire melancólico, pero alentador, y también folclórico y tabernario del original (inspirado por Ramón Bilbao y su bodega a modo de “poesía sonora que narra el paseo y la vida de cada uno de nosotros, un viaje alrededor de muchos lugares, en el que las cosas buenas permanecen, una copa de vino, un amor, una canción...”, y donde Nacho incluía algunas frases en bable). Como allí hay también coro femenino (incluidas Maite Mursego y Miren MICE), más la acústica de Joseba B. Lenoir, y su bandaza habitual. Si cabe, Anari le da otro impulso con firmeza y una carga emotiva supletoria.
“Efemerideak”, mientras tanto, es una vieja canción que sólo asomaba en sus conciertos, presidida por el rasgueo eléctrico de Lenoir, la voz dolorida de Anari y un teclado, también de Joseba, que adorna, aletea y hechiza por la puerta de atrás. Un poco de Anari es mucho, diríamos recordando un viejo lema.
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