Ana Tijoux ha tardado nueve años en publicar su quinto disco de material propio, pero lo prolongado de la espera es acorde con la magnitud de la empresa, porque “Vida” es un trabajo maduro, exuberante, heterogéneo, colorista, concienciado pero exento de sermones, clásico pero la vez muy contemporáneo, que troca el duelo en sentida celebración y se erige en uno de los mejores discos, si no el mejor, de toda su carrera.
Dice Ana en alguna entrevista que tanto ella como su productor, el fiel Andrés Celis, no se consideran dominadores de ningún estilo en concreto, y alabada sea esa impericia cuando aquí trasluce en la sensacional amalgama de hip hop, r’n’b, funk, efluvios jazzies, trap, afrobeat, cumbia, dancehall, disco music y folk que brota de estas quince canciones, que en realidad son once si tenemos en cuenta que cuatro de ellas son breves interludios.
Es también el primero desde que reside en Barcelona, y emerge en cierto modo como terapia ante varias muertes cercanas (su hermana, su hermanastro, una amiga, un amigo, su bajista) que condicionan gran parte de la temática del álbum, pero optando por su reverso positivo: de ahí el título. Hay quienes dicen que la chilena es la mejor rapera del mundo, y la verdad es que a mí me recuerda mucho a Missy Elliott en “Dime que” e incluso a Beyoncé en “Oyeme”.
Conciencia sociopolítica, recuento de indispensables afectos, feminismo, autoafirmación personal, afán recreativo y apuesta por el baile como liberación de la mente y acto de resistencia son asuntos que se dan cita en un álbum mayestático, en el que las colaboraciones de Omar, Talib Kweli, Posdnuos (De La Soul), Pablo Chill-E e iLe encajan como un guante.
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