Más allá de su lógica tarea consistente en servir de elemento identificativo y distintivo, un nombre, en este caso concreto el que alude a una banda, también puede ser útil para desvelar cierta información que nos revele, aunque sea de forma somera, sus aspiraciones musicales. Este grupo madrileño, debutante en el 2022 con un disco homónimo al que dan continuidad ahora con “Roshanee”, ha sabido bautizar a su proyecto con un término, All Around Folks, que anticipa esa condición expansiva que recoge su fascinante propuesta sonora. Porque aunque compartan, en cuanto al terreno escogido para cifrar sus ritmos, ese cada vez más (sobre)poblado paisaje retratado por los ejes tradicionales del sonido americano, su lenguaje contiene un aspecto radicalmente diferenciador y original: el nada concurrido espacio melódico procedente de la India. Un trayecto transfronterizo que en su segundo álbum pervive, y se instala, con naturalidad entre unas referencias que también eluden cualquier restricción en lo relativo a su ascendencia anglosajona.
Ese puente tendido entre Occidente y Oriente se reafirma, y al mismo tiempo adquiere una constitución diferente y de mayor imbricación, en un actual trabajo que viene dictado por el ensanchamiento de una formación convertida en una familia numerosa de hasta siete miembros, lo que traslada el ambiente de su predecesora grabación, de carácter acústico, a un entorno mucho más vigoroso y heterodoxo. Una alianza de civilizaciones en la que conviven la exótica condición de instrumentos como el sitar o la tabla con los habituales del sonido americano. Aleación que es precisamente eso, un entendimiento entre iguales, porque lejos de pretender espolvorear inertes apropiaciones culturales o agitar señuelos con el nombre de Ravi Shankar, lo suyo, y ahí están los varios años pasados en aquellas latitudes por uno de sus miembros, Álvaro L. Melgar, en busca de empaparse y descifrar con tino la idiosincrasia Hindustani, supone volcar dichas enseñanzas en unas canciones que se traducen en un original y talentoso alegato -no solo musical- contra la convención.
El concepto dinámico, de movimiento, en definitiva de un proceso vital en constante cambio, es parte esencial del ADN creativo del grupo, pero también parece manifestarse como hilo conductor de un disco que, desde su título, “Roshanee”, un término hindú que hace referencia a la luminosidad, apela a recorrer un camino hecho de pasado y presente, donde la personalidad es un sujeto vivo que habita a lo largo de diversos espacios. Una confluencia de hemisferios, tanto en lo que respecta al ámbito sonoro como al humano, ejemplificada a la perfección por una imponente “Same Colored Eyes”, donde su tono folk-blues se encomienda para su dictado a la presencia del sitar, consiguiendo identificarse con una suerte de hipnóticas Larkin Poe encabezadas por dos voces que en este caso responden a los nombres de María Coronado y Kristin Wheeler, acentos diferentes pero cómplices perfectos de un idioma común.
La sucesión de capas que jalonan este listado de temas, más allá de su traslación a un minucioso trabajo de producción instrumental, otorgando diversas vidas incluso a una misma canción, son el reflejo de un prolijo entramado de conceptos y simbolismos encapsulados en las composiciones. Minuciosidad artesanal que interrumpe su dedicación en dos temas que han sido recogidos bajo el sello del directo, convirtiendo por unos instantes el estudio de grabación no en el laboratorio de alquimistas, sino en un escenario de inmediatez que tiene en “Rocket Science” un trotón acercamiento a los ritmos tradicionales campestres que convergen en la animosa manifestación de algo parecido a un Medicine show expuesto a orillas del Ganges, mientras que el folk irlandés tiznado de raíz soul en “La historia de antes de que tú nacieras” resulta llamativo también por el, hasta ahora inédito, uso del castellano. Dos maneras de afrontar un llamamiento a encontrar la identidad fuera del anónimo balido del redil.
En esa constante comunicación que el disco trenza entre episodios pretéritos y presentes, el anhelo de la infancia, el olor de los campos que se abandonan pero que nunca desaparecen de nuestro olfato emocional emerge entre el impetuoso rasgar de cuerdas y el bajo palpitante, cualidad abanderada en buena parte del repertorio, de una “I Hear the Road” de evocadora intensidad que sitúa los vetustos manejos del folk-country bajo una puesta en escena -vestida de exuberante decoración- actualizada, reuniendo en esa cita atemporal a contemporáneas de virtud clásica como pueden ser Sierra Ferrell o Waxahatchee. Rescoldos de aquellos sueños hoy tamizados de inevitable realismo que son rescatados por el violín que tutela el viaje sureño, bajo la mirada de un copiloto que parece la figura de Susan Tedeschi, delineado por “Wrong Side of Memphis”. En ese juego de antónimos que tantas veces representa la historia, las viejas nomenclaturas de las Islas Baleares, donde la desnuda y misteriosa “Eivissa”, atmosférica condición compatible con una Laura Marling vigorosa, introduce a “Ophiusa”, elegante country-rock con desembocadura en el gospel épico, entonan la liberación de viejas ataduras como vehículo de autoafirmación. Un concepto que conquista un ámbito mucho más global en el oscuro jazz-swing de “Le Radici”, acercamiento a la génesis de la mafia italoamericana que resulta una inmersión en esas raíces ocultas que necesitan ser escarbadas, desentierro intimista de todo aquello que una vez fue visible celebrado con el arrebatador medio tiempo “Miles Away”, a medio camino entre Etta James y Koko Taylor, que arropa ese suspiro por recobrar aquel palpitar romántico que una vez latió en nuestro interior y que hacía mover el mundo.
“Roshanee” es un disco que funciona a muchos niveles, y todos ellos están coronados por una excelente banda sonora donde la inquietud, la intensidad y el firme pulso emocional son ingredientes que definen una talentosa convivencia a base de escoger cada uno sus propios espacios donde despuntar. Un disfrute rítmico que no debería opacar el detallista tratamiento de un trabajo que expone su disposición a ocupar diversas latitudes con el fin de convertirlas en su particular hábitat. Múltiples herencias que todavía avivan más el sentido de un repertorio que convierte el concepto de arraigo en un dilema existencial, alternando su capacidad para encadenarnos a la nostalgia o impulsarnos hacia nuestro propio destino. Una brújula en forma de sobresalientes canciones que albergan la necesidad de escoger caminos, y no hablamos de exclusivamente musicales, alejados de ese suelo yermo consecuencia de soportar acomodaticias pisadas alimentadas por la costumbre.
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