Bendito bofetón, previo paso por las demoscópicas de esta publicación, Aliment se presentaron en sociedad con “Holy Slap” (La Castanya, 12), intensísima ráfaga decibélica que de inmediato les situó entre las propuestas más excitantes de nuestro subsuelo punkoide garajero. Después se adentraron en un maldito silencio únicamente interrumpido con la publicación del sencillo “Nightmare Girl” (La Castanya, 14). No es cuestión, sin embargo, de acusarles de vagos, que seguramente lo sean, pues no es menos cierto que durante este trienio de carencia alimenticia, los gerundenses se han mantenido en activo integrándose en diferentes grupúsculos de terrorismo sonoro igual de atractivos. Como los shoegazers Univers, en el caso de su cantante y guitarrista, Eduard Bujalance, o los alucinógenos Ocellot de los que ahora también participa el bajista Ignasi Reixach.
En todo caso, volviendo al disco, colócate la camisa de fuerza porque enloquecerás con “Silverback”. Aliment no solamente han regresado, sino que estos tres tipejos con pinta de estar sufriendo la peor de las resacas lo han hecho con un álbum que pulveriza las virtudes de su debut. La fórmula es la misma: diez cortes despachados en escasos veinte minutos, apuntalados en melodías infalibles y aderezados en el exquisito rechinamiento de un pedal de fuzz a punto de estallar; pero obteniendo resultados más certeros que tres años atrás.
Punk rock canalla desde el más mugriento de los garajes; piezas como la afilada “Razors”, “Car Crush”, “My Filthy Old Sundays”, “Bab Blood II” o “Drink Hunter” te incitarán a brincar, bailar y destrozar. A tocarte, emborracharte y escupirle a la cara al primero que pase por delante. Y cuando el pobre inocente que haya recibido el lapo esté a punto de pegarte una santa hostia, con la mirada ida le sonreirás y le dirás: es solamente rock’n’roll, sucio y destripado, y por eso nos sigue entusiasmando.
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