Hubo un tiempo en el que Barcelona fue capital responsable del relanzamiento y encumbramiento del garaje patrio con su brillantísima ristra de proyectos que ofrecían una revisión de la cara más underground del género, sirviendo de inspiración y espejo para cientos de proyectos jóvenes de similar espíritu que retroalimentaban ese discurso nervioso, rápido, agitado y colérico que teñía las salas de la Ciudad Condal. Los mismos responsables de dárnoslo, también fueron los culpables de quitárnoslo, bien porque sus hiatos se prolongasen más de lo esperado y acabaran cayendo en el olvido o bien porque al depurar y cuidar su sonido, perdieron con ello la autenticidad, naíf y sucia, de su impronta original.
Cerrando casi el año, y cuando el punk parecía al borde de pasar al otro barrio, llegan al rescate, cuatro años después de su anterior incursión en la escena, el trío gerundense Aliment con su cuarto disco de estudio, “Incondicional” (La Castanya, 22), uno de esos trabajos fulminantes que por un segundo nos hará sentir como si estuviéramos de regreso a ese principio de década donde todo estaba por hacer y la escena sumergida bullía a golpe de inocencia y precariedad sonora. En apenas veinte minutos, y echando mano de esos arquetipos estandarizados del género –canciones directas que apenas superan los dos minutos (“Incondicional”), una rugosidad distorsionada y áspera pero a la vez sentida (“Filera de Foc”), y ese halo de catarsis liberadora que nos empujará a sacar todos los males a golpe de pogo y desfogue (“Terra Cremada”)- Eduard, Ignasi y Pol desdibujan un retrato generacional plagado de desidia, romanticismo gamberro y un espíritu disidente y disconforme, signo de los tiempos y que perfectamente podría tratarse del leitmotiv del álbum en general.
Siguiendo la estela de su anterior entrega, “Brother” (La Castanya, 18), y a juzgar por el tiro melódico de algunos de sus cortes (“Cinc Malsons”, emanando puro sonido a lo Stone Roses en sus riffs), parece que el trío ha optado más por sacar el lado post-punk de su arsenal de recursos, en favor de ese garaje más inmediato y al uso, limitando éste a capítulos más puntuales donde la visceralidad manda por encima del resto de sentidos (“Allau”). El tiempo pasa y la década que este año ha cumplido su primer largo, “Holy Slap” (La Castanya, 12), ha servido quizás para invitar a sus artífices a sumirse en pasajes reflexivos con los que terminar perfilando algunas de sus canciones más emotivas (“Com Espines”), o cortes del todo evocativos que encuentran en el caos la mejor expresión del sentimiento (“L’Amor”).
Aliment son una buena prueba del buen estado de salud del que el género irreverente y discrepante por excelencia goza realmente en nuestro país, habiendo dado con la clave para evolucionar en la dirección que se esperaba de ellos: menos luminosidad, menos gamberrismo porque sí, y una serie de notas más hondas que van a juego con ese mensaje, más maduro e introspectivo, que el trío catalán busca ahora subrayar entre metáforas crudas y desidia amarga.
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