A raíz de que la incapacidad para construir relaciones estaba muy presente en su discografía, quise preguntar a Víctor Algora sobre ello cuando le entrevisté para “Un extraño entre las rosas”, sobre la posible relación (valga la redundancia) de eso con las dificultades añadidas en ese aspecto que tenemos los chicos gays/bi por nuestros problemas de autoestima, derivados de bullying, de carencias afectivas familiares, de rechazo sistemático de personas cercanas, etcétera. ¿Nos hacía eso desarrollar un rechazo hacia nosotros mismos y, por tanto, vernos menos merecedores de cariño y de relaciones sanas? Él tenía clarísimo que sí: “nosotros desde pequeñitos nos estamos cuestionando, nos cuestiona la sociedad, nos cuestiona nuestro alrededor, y por supuesto que eso nos hace cuestionarnos a nosotros mismos, preguntarnos si lo que estamos haciendo está bien o mal... y, en última instancia, si somos buenos o malos. Lógicamente eso te hace ser mucho más inseguro, y repercute en tu forma de ver el mundo, en tus relaciones, en todo”. Y esta reflexión, que podía encontrarse de manera más sutil en sus trabajos anteriores, toma más presencia que nunca en este 'Pódium'.
Ya desde el propio título Algora plantea un sarcasmo, puesto que a lo largo de sus once canciones no habla de ganadores, sino de quienes están acostumbrados a perder (quizás las victorias sean otras). “Sé que como persona LGTBI nunca voy a estar en ciertos lugares a los que a las personas heterosexuales no les cuesta nada llegar, y por eso el disco se llama así”, explicaba recientemente, “'Pódium' es la historia de alguien que nació perdiendo y de cómo la perspectiva de los años va revelando esa realidad impuesta por un sistema que maltrata, invisibiliza y humilla al diferente”. Todas esas derrotas acaban moldeando quien es ahora, y es muy interesante que este álbum tenga ese punto de partida porque, como reza la nota de prensa, “en un mundo en el que ganar es imperativo, reivindicar la derrota es algo revolucionario”.
Quizás la canción más certera -y más amarga- al respecto sea 'Marina', sin duda uno de los mejores temas que ha salido de la pluma de Víctor (si había un momento para jugar con ese doble sentido, era aquí), con momentos tan brillantes como “he perdido tanto tiempo complaciendo a gente / que me hizo creer que lo correcto es cuestionarme / siempre / y ahora me miro de reojo en los cristales / y no veo la persona que soñaba ser / ¿cómo se ha apagado el fuego de mis ojos? / es la única pregunta que debería hacerme” y especialmente ese final: “me decías que yo era valiente / pero aquí sigo acojonado como siempre”. Ya desde el inicio con la tan bella como triste 'Días de nieve' el artista avisa por dónde van a ir los tiros, y así continúan hasta el final en el tema homónimo que cuenta con coros de Valdivia, y en el que echa la vista atrás para resumir: “desde lo alto veo al fin la ciudad que destruí”.
Aunque todo el disco tiene un punto agridulce, hay momentos más uptempo, que confirman el talento de Algora para hacer pop la tristeza (un ejemplo es lo bien que funciona el estribillo “porque nací con una estaca en el corazón” de 'La destrucción del mundo'), incluso construyendo momentos románticos ('Cornamentas') y sensuales con ella. Dentro de esto último, destacan el mal rollo de 'Liebre' (gran acierto los coros de Megane Mercury casi como desdoblamiento de Víctor), el cuestionamiento del morbo y de los roles que hay en 'Medalla de oro' (que relaciona la degradación sufrida en el colegio con la degradación deseada más adelante) y, sobre todo, 'Polvo', otra de las que se sube al pódium (jé) de su discografía, para mí la mejor de este disco, y una de las mejores canciones españolas de este 2021 que ahora acaba.
Y es que, si tuviésemos que elegir una canción que demostrase esta habilidad de Algora que mencionamos, sería 'Polvo'. Lo tiene todo. Empieza con el poso de tristeza, oscuridad y reflexión sobre todas esas batallas que domina el disco, con momentos puntuales de belleza y luz escondida (“siempre fuimos un incendio bajo la nieve”), de felicidad y seguridad aunque solo sea por unos segundos. Continúa con su redondo estribillo: “antes que nos hayamos rendido / quiero mezclar tu sudor con el mío / antes de que nos hayamos rendido / quiero ensuciar tu cuerpo con el mío” (muy acertada la alternancia entre la posición de igualdad en la primera frase con la posición de poder de la segunda, y más aún que en ambas haya un aspecto de derrota). Y cuando piensas que ya ha llegado a la cima (juro que esto me ha salido así, no es otra metáfora sobre el disco), llegan esos “quiero que me folles una noche / quiero que me folles una noche (más)”, iniciando un mantra que se fusiona con los instrumentos en su excelente parte final y eleva aún más la canción, reforzada además por su elegante producción.
“Ninguna canción habla de mí”, cantaba Víctor Algora en el single homónimo publicado a principios de año, que no ha entrado en 'Pódium' pero por temática encajaría desde luego. Lo cierto es que muchos estamos de sobra acostumbrados a que las canciones no hablen de nosotros, a que nuestras historias no aparezcan en las letras, a tener que conformarnos con la fantasía especular de la diva gay (hay un buen melón ahí). No solo porque haya muy pocos cantantes abiertamente gays sacando música, sino porque los que hay prefieren cantar sobre otros temas ya sea por motivos comerciales como porque -y es muy respetable- no te apetezca exponerte y recordar ciertos momentos. O enfrentarte al hecho de que ni siquiera estás “recordando”, porque no es ningún “recuerdo”: ciertos pensamientos, ciertas inseguridades y ciertos miedos siguen contigo. Solo si reconoces la derrota, la pérdida y la destrucción puedes empezar a construir, y parece que Víctor está en ese camino.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.