Aldous Harding está hecha con la madera de los clásicos. Por derecho propio. Es una artista de raza. De ley. Dotada con un talento descollante, de los que necesitan bien poco para despuntar. Escasos mimbres, pero muy bien dispuestos. Sí, es algo que ya sabíamos por sus tres anteriores álbumes, pero que en este cuarto se confirma con una radiante amplitud de frecuencias, dejando las evocaciones a los espectros de Scott Walker o al polvo de estrellas de Kate Bush como algo demasiado restrictivo, una descripción que es un corsé. La producción corre a cargo de John Parish por tercera vez consecutiva y se nota: esa forma de dejar que las canciones hiervan en su propio jugo, que crujan y palpiten con la crudeza del trabajo artesanal que no requiere superávit de ingredientes, que permite que todos sus elementos respiren por sí mismos y todo fluya con pasmosa naturalidad, más aún si llegan con el aval de los estudios Rockfield de Gales, crisol de discos canónicos en la historia del pop y del rock.
Pero aquí (casi) todo suena más grácil, más dinámico, más radiante. Y decimos “casi” por su primera mitad: el riff de piano como hilo conductor y el saxo como puntal en una “Ennui” que recuerda al art pop de Stereolab o Broadcast, la dicción slacker a lo Liz Phair (de su primera época) que se enseñorea del primer tramo de la folk pop “Tick Tock”, el ritmo travieso y grácil de una “Lawn” en la que su voz reviste una engañosa liviandad o la conducción imperial de una “Passion Babe” que suena como si fuera la vis femenina de John Cale. Los últimos cuatro cortes de estos diez son otro cantar, más en sintonía con la austeridad de anteriores trabajos, pero ni bajan el listón cualitativo ni desmienten su apabullante versatilidad como vocalista y transmisora de emociones a flor de piel, sin un miligramo de adulteración, aquí realzada como nunca. En las preciosas “Staring At The Henry Moore” y “Bubbles” recuerda a la mejor Nico, y en esa perversa nana de cierre que es “Leatheary Whip” consigue que la voz de Jason Williamson (Sleaford Mods) suene sutil, sin secretar bilis, merodeando un dulce segundo plano. Un trabajo espléndido, a ratos deslumbrante, de una artista en pleno crecimiento.
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