Miedo. Ahora mismo siento miedo ante la blancura de mi folio. Pánico a no estar a la altura, y no ser capaz de escribir algo mínimamente interesante que despierte la atención del lector y que a la vez que aporte algo de información sobre el último trabajo de Albert Pla y Raül Refree.
Y es que la cosa va de miedos.
De hecho, cuando me propusieron escribir estas líneas, el primer miedo que me vino a la cabeza -que es el lugar donde empieza los miedos pero no acaban- fue que el disco no tuviera sentido sin ir de la mano del espectáculo del que es Banda Sonora. Y digo esto porque “MIEDO” es la obra teatral más lograda, completa, espectacular y sólida de las perpetradas por la bulliciosa mente de Albert Pla con lo que, aislar las canciones privándolas de su puesta en escena, me resultaba muy difícil de imaginar. Diría que no estaba convencido del todo de que pudieran funcionar por si solas con total autonomía. Y la verdad es que sigo sin estarlo. Porque para alguien que ya ha visto la obra, es casi imposible hacer el ejercicio de abstracción que requiere impedir que, al escuchar las once canciones de las que consta este disco, las impactantes imágenes creadas por la pareja de artistas plásticos argentinos que firman como Mondongo, no se materialicen con fuerza en tu mente. Aunque voy a intentarlo.
De entrada déjenme decir que “Miedo”, el disco, es un trabajo firmado por Albert Pla y Raül Refree. Algo que escrito así, sin más, resulta una perogrullada, pero no lo es tanto si uno se pone a escuchar atentamente las canciones de las que está compuesto.
El álbum se inicia con una letanía triste en la que, los punteos de la guitarra de Raül, acompañan el réquiem de Albert que queda apuntalado por la siempre elegante aportación de la voz en mayúsculas de la gran Rocío Márquez. Todo un acierto. Tras esta, es un pianillo de juguete el que da la réplica a la voz aniñada de Albert Pla en un tema titulado “Muerto”, canción que va creciendo en un ejercicio de despedida inversa, ya que es de los vivos, sus problemas y sus miedos, de los que hay que comparecerse en realidad. Lo que pasa es que estamos tan ocupados con nuestras mundanas estupideces que somos incapaces de darnos cuenta de ello. Un mensaje tan simple como poderoso.
“A por mí”, sin embargo, parece beber más de las bandas sonoras de Danny Elfman y sus fanfarrias de ultratumba, mientras que “Bailando” es el único tema compuesto por Albert Pla y su compañera Judit Farrés sin la participación de Refree y lo cierto es que, de todas las canciones del álbum, es la única que podría encajar por estructura y tonalidad en aquel disco de nanas que compuso Albert titulado “Anem al llit?” (2002). La mano de Raül se nota de nuevo en “Muñeca”, en la que crea una ambientación tenebrosa que en determinados momentos puede recordar al trabajo que el actor Ryan Gosling y su amigo Zach Shields crearon para un disco de concepto algo semejante titulado “Dead Man's Bones” (2009). Aunque, puestos a buscar referentes más próximos, a nadie se le escapa que Pascal Comelade, -quien ya acompañó a Albert Pla en el pasado (“Somiatruites”, 2011)- es otro de esos artistas a los que Raül admira mucho y en los que se inspira puntualmente. No hay más que escuchar la instrumentación de juguete de la inocentona melodía de “Ratón” y de “Parque” para certificarlo. El Albert Pla más clásico resurge en “Circo”, el que hace uno de la narrativa más bestia pero contada con una falta inocencia que atrapa y que provoca siempre, irremediablemente, sonrisas de complicidad. Y nada mejor para finalizar un álbum de la temática de “Miedo”, que echar mano de una ambientación de marching band descacharrada de Nueva Orleans en “Dejadme” o de los aires melancólicos de despedida de “Adiós Mama”.
“Miedo” es un espectáculo sí, y muy bueno por cierto. Por eso os invito a que acudáis a alguna de sus representaciones. Además este álbum cobrará mucho más sentido una vez puesto en contexto. Sin embargo, si sois tan cobardicas que no os vais a acercar a vuestro teatro más próximo para temblar con gusto, al menos dejad que suene este disco que esconde mucho más de lo que a simple vista parece ofrecer. Eso sí, ni se os ocurra escucharlo en la penumbra de una noche sin luna y repetir en voz alta la palabra “MIEDO” más de siete veces. Nunca se sabe lo que puede pasar.
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