Al Karpenter sigue a lo suyo, incansable y prolífico como pocos, ajeno al mundanal ruido y a los caprichos de las modas y esnobismos. O más bien, debería decir plenamente atento, dolorosamente consciente del aislamiento satisfecho, resignado y, en consecuencia, vacío al que nos estamos viendo todos empujados, con sorprendente docilidad y sumisión. Desde ese infierno privado al que alude el díscolo creador baracaldés en el título, nos acaba de entregar una nueva crónica, otra punzante muestra de vida que resiste a sucumbir en medio de un páramo desértico y postapocalíptico; una grabación que se sitúa, muy posiblemente, en lo más alto de su obra hasta la fecha. Un verdadero compendio de todo lo que el bueno de Al ha venido pergeñando en más de 20 años de carrera contracorriente. Un disco que me atrevo a decir que evoca a Scott Walker o de manera un poco más terrenal y DIY al gran Vindicatrix. No tanto por similitud sonora (que también, en esas “torch songs” en descomposición que nos regala) como en actitud ante su propia música y al modo en que afronta y presenta sus lacerantes creaciones.
“Musik From A Private Hell” se nutre de despojos, de sucios descartes olvidados, de basura radiactiva que el sistema desprecia y el retorna convertidas en melodías cacofónicas de apariencia monótona y rugosa recitadas por un crooner lunático que ronronea para sí mismo. No, no suena atractivo ni seductor, ni divertido, lo sé. Es incómodo, es feo y deforme. Es muy bello. Dadle tiempo.
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