Se veía venir. Tras publicar adelantos –caso del extraordinario “El Mutal” que pinchó el legendario Andrew Weatherhall en su último set en Dekmantel– que ya nos hacían presagiar lo mejor, este “Akkan” es la crónica anunciada de un gran álbum. Y es que beGun y Ocellot –tanto monta monta tanto– debutan en largo formato haciendo lo que más les gusta y mejor les sale. Y, sobre todo, lo que les ha dado la gana. Elevamos esta cuestión a lo más alto porque no es fácil abstraerse a modas y modos –alienantes por globalizadas– a la hora de hacer música y, además, con la que está cayendo. Akkan no es que lo consigan, es que lo aúpan a lo más alto de su propio escalafón. Y con la libertad como principal bandera (con permiso de la transversalidad), ponen todo su talento al servicio de una apuesta sonora exodélica –léase, tan exótica como psicodélica– que sabe crear sinergia de la electrónica occidental (house, techno, IDM, etcétera) con los ritmos populares sudamericanos, la percusión del benga keniano y la psicodelia japonesa para, a través de esta feliz mixtura improvisada y alucinógena, corporeizar una realidad musical propia, tan catártica como atrapante. Akkan son droga de la buena y sana.
En el singular y espontáneo imaginario del dúo barcelonés lo más excelso es precisamente eso, que son los creadores de algo fascinante e imprevisto. Todo ello a través de experimentar analógicamente con melodías imposibles y exuberantes ritmos orgánicos. Para este escapista viaje que “Akkan” supone, y nos plantea, han aprovechado las influencias directas de tantos lugares mágicos recorridos que no cabrían en esta reseña; son hijos de mil leches sonoras y así lo saben aprovechar. Todo ello deriva en un sonido abierto y variopinto y con tanta verdad que apabulla.
Así nos encontramos con once temas entre los que destacaremos ese “Star Sitar” que funciona como perfecta introducción –y de declaración de intenciones– a modo de despegue; la vibrante, colorida y andina “Vola Topi” y de su tema hermano “Bananat” en el que tiende más a lo hipnótico y achamanado desde el house; el lento dub selvático de “Amores (feat. El Buho)” o el ya referido tránsito soft-houssie ácido y casi cumbiero que proponen con la arpegiada “El Mutal”. Con “Ánima”, sin renunciar a su querencia tropicaloide, viran hacia estancias más sofisticadamente pop, en la que la voz de Huaria lo eleva a categoría de delicia. En “Nona Salvia” se llevan el asunto a espacios más intrincados en lo rítmico, una pulsión que progresa hasta sumirnos a un subidón espiritual, un estallar de luz y color sin artificios químicos de por medio. El postre lo pone “Magnolia”, que firman junto a Arnau Obiols y en el que todo ese disparate de corte afanfarriado, con drop incluido, parte del sonido distorsionado de una kalimba.
En el tramo final del álbum, “Ananda”, junto a Chancha Vía Circuito, muestra su cara más ambiental y escapista –deambulando desde la luz a las sombras– que, además, resulta ser tan alucinante como la meramente clubby. Y en “Piscis Ventis” también optan por bajarle intensidad y velocidad al asunto para proponernos otro precioso viaje, pero esta vez por nuestro interior. Finalmente en la idemera y breakizada “Tramuntana” rinden cariñoso tributo a su tierra en un pasaje cien por cien Akkan. No había mejor forma de terminar con álbum que es una obra maestra en tiempos de pandemia. Úsenla, consigue iluminar la oscuridad. En fin, hay otra electrónica y puede ser espectacular.
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