Este año ha habido dos discos que me han obligado a tragarme lo que pensaba de sus responsables, que como imagináis no era demasiado amable. Uno ha sido el segundo largo de Interpol y el otro… pues este segundo de Kings Of Leon. Ambos grupos no pasan por tener el mejor directo del mundo y ambos despertaron muchas suspicacias con las desmesuradas críticas de su primer disco, pero las dos bandas han demostrado con su segundo largo que no eran flor de un día. Y déjenme escribirlo bien alto -aunque sea imposible-, porque el nuevo trabajo de la familia Followill es un discazo de tomo y lomo, superior a su primer disco gracias a que posee mejores canciones y un lenguaje musical un poco más arriesgado por variado. Por lo pronto despejan de un plumazo las estúpidas comparaciones que estableció la prensa con bandas de southern rock que no venían al caso. Siguen las estructuras melódicas sencillas pero envolventes, sigue la cazallosa voz de Caleb y siguen demostrando ser ese cruce imposible entre el clasicismo rock de la Creedence (por ejemplo “Pistol Of Fire”) y la new wave neoyorquina de finales de los setenta, tan bien filtrada en la actualidad por los Strokes. Por cierto, en “Velvet Snow” se les va la mano y recuerdan muy mucho a la banda de Julian Casablancas, pero se lo perdono, porque en ese mismo disco encontramos canciones como “Taper Jean Girl”, “Milk” o “Four Kicks”. Ahora sólo les falta ser un poco más apasionados en directo porque esa es, sin duda, su gran asignatura pendiente.
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