A Billy Corgan le pierde su insoportable vanidad. A él y, por consiguiente, a su banda. Digámoslo ya: Smashing Pumpkins es un grupo que da muchísima rabia. Por momentos hemos llegado a odiarles. Corgan deshojó la margarita prepotente, ambiciosa e hiperbolada, y surgió "Melloncolie & The Infinite Sadness". Más conceptual, épico, faraónico, egoísta, engreído y cargante que otra cosa, al tercer disco de los Pumpkins, aun gozando de momentosde inspiración, le perdía el conjunto. Demasiado recargado, pomposo y embriagador. Tuvimos indigestión de calabazas. Y aunque nada ha cambiado a nivel personal (Billy Corgan sigue siendo un cretino), la mutación en el terreno musical merece un golpecito en la espalda. ¿Por qué? Sencillamente, porque "Adore" me parece un disco inmenso. Desprovistos de una vez por todas de los calamitosos empujes heavy-guitarrísticos, las estructuras AOR-sinfónicas y los medios tiempos tendenciosos (léase baladas teenagers), los SmashingPumpkins de "Adore" han demostrado que se puede hacer daño sin levantar la voz. Han encontrado el punto intermedio en la difícil adaptación tecnológica (no hay sensación de ridículo, ni oportunismo), han domesticado el volumen de las guitarras y han enfilado la autopista pop. Oscuro, dramático, nocturno, incómodo y afligido. Tremendo e inesperado. Así es como se recupera el crédito, maldita sea: con un disco intratable, grandioso, soberbio, complejo, imprevisiblee indiscutible. Han logrado el cambio: antes, las calabazas explotaban; ahora, estremecen y emocionan.
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