Más allá de los tópicos del siempre difícil segundo disco, debo reconocer que no esperaba un trabajo de estas características de los ingleses.
En primer lugar porque este álbum, a diferencia del anterior, puede y debe disfrutarse como un todo. Si en su debut sobresalían canciones como “Banquet”, “She’s Hearing Voices” o “Like Eating Glass” sobre la media, en este resulta mucho más importante la atmósfera, el tono, las texturas y los detalles que se van desgranado a lo largo de sus surcos que dos o tres grandes canciones (que las tiene). Incluso me atrevería a decir que se han sacudido su lado más Blur, para acercarse a lo que TV On The Radio han hecho al otro lado del charco o, si lo prefieres, que han redundado en su pasión por Radiohead, pero sin caer ni de lejos en la fotocopia. Sólo hay que atender a uno de sus singles, “The Prayer”, para darse cuenta de que es un tema que no reventará ninguna pista (la única que puede funcionar a ese nivel es “I Still Remember” la más facilona y clásica en el sentido brit-pop) aunque encaja a la perfección en un álbum mucho más explícito en sus letras y, por qué no decirlo, político. Un trabajo, por tanto, que requiere muchas escuchas para ser degustado en su plenitud y para cerciorarse del equilibrio perfecto entre la fantasmagórica voz de Kele Okereke, las afiladas guitarras de Russell Lissack y el mayor uso del sampler sincopado, o de instrumentos que enriquecen los numerosos acelerones y cambios de ritmo con los que cuenta el disco, como el xilofón o esos coros tan espectrales con los que han revestido un álbum en el que todo suena más grandilocuente, etéreo y claro que el anterior. Para mi un acierto.
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