Tras varios patinazos discográficos, A Place To Bury Strangers llegan a su séptimo álbum con más bien poco que perder y mucho que ganar. En este sentido, los de Brooklyn no han tenido más que elevar el coeficiente de la inspiración para dar con su álbum más redondo desde su primer retoño discográfico en largo.
Siempre fieles a la sagrada ortodoxia pop ruidista de los primeros The Jesus And Mary Chain, lo que tenemos aquí es otro ejercicio de nostalgia noise, que también suma matices como la dinámica ebm a lo D.A.F. que se marcan en “Fear The Transformation”, uno de los puntos álgidos de esta decena de canciones, más directas que nunca, con una reducción considerable de sus ínfulas cosmic rock. No en vano, en cortes como “Disgust” juegan con líneas rítmicas más propias de iconos post-punk como Gang Of Four, aunque siempre bajo la aguda pátina noise que subyace en todo lo que hacen.
En todo este plus energético ha tenido mucho que ver la renovada formación que Ackerman se ha sacado de la manga. Una con la que también han reforzado la musculatura y agresión de sonido, tal como queda claro en “Bad Idea”, donde recuerdan a una especie de Sonic Youth ochenteros en pleno ritual punk-noise de la era “Bad Moon Rising”.
En “Synthesizer”, también hay espacio para el pop after-punk de “You Got Me”, pero también para recordarnos que los My Bloody Valentine de 1988 sigue siendo un ingrediente básico en su receta. La recta final del álbum nos deja perlas como el tour de force de tensión stoogiana de “Have You Ever Been In Love” y los casi ocho minutos de “Comfort Never Comes”, en los que suenan como unos The Cure oscuros, ochenteros, rebozados en una tempestad eléctrica que, literalmente, corta la respiración.
En definitiva, estamos ante una resurrección inesperada, que por eso mismo se hace todavía más disfrutable de los esperado.
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