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Reconozco no ser un fan de Blur. He seguido sus discos a medida que llegaban a la redacción y, excepto «Parklife», jamás los he tenido en mi lista de compras futuribles, ya sabéis que, dado lo limitado de los presupuestos, el proceso de selección es cruel y despiadado. Tampoco correría a la tienda a comprar este último. Quizás me estoy volviendo un vago y ya no estoy para esfuerzos extremos y si no entra en las primeras escuchas (y no entra), corre el riesgo de desaparecer, de no ser considerado. El nuevo disco de Blur no es un ladrillo. El nuevo disco de Blur es un bloque monolítico de cemento armado que debes desmenuzar con la ayuda de una maza de goma. Excepto en el, ya de sobras conocido, single «Tender», que abre el Cd de forma sorprendente porque nada tiene que ver con el resto, Albarn, Coxon y cía. se han explayado a gusto en experimentar en un estudio en el que, visto los resultados, habrán acampado con los sacos y todo. Ya me imagino al asistente asando unos británicos huevos al bacon, atento a una cafetera bien cargada, mientras sus asistidos destripan de lo lindo recreando un sonido saturado, denso y etéreo, repleto de guiños a la posteridad que, reconozcámoslo, ya han alcanzado, de lo contrario ¿quién les hubiera autorizado a desarrollar semejante mamotreto?