Herederos del denostado chiptune y protagonistas de esa segunda gran ola de la que el punk en 8-Bits ha gozado recientemente, el dueto estadounidense 100 gecs, formado por Dylan Brady y Laura Les, ha logrado en tan solo un par de años que su nombre se consolide como uno de los proyectos de música experimental más prometedores y buscados del panorama reciente, siendo su debut de 2019 (“1000 gecs”) una prueba de cómo su ecléctico sonido, a caballo entre el hyper-pop y la electrónica más deconstruida, ha sido capaz de traspasar las siempre difusas líneas entre el underground más sumergido y el mainstream más generalista.
Si su brillante primer álbum avivó el resurgir de un fandom que no se apreciaba desde otras grandes duplas dentro del género, como lo fueron en su día Crystal Castles o Die Antwoord, el anuncio de su esperadísimo segundo álbum no hizo sino echar más leña a ese fuego de esas expectativas que diariamente crecen entre su pertinente séquito de acólitos. Jugando con la paciencia de los mismos, celebramos ahora que su proyección apunta hacia un mejor devenir que el de las anteriormente citadas bandas, tal y como este conjunto demuestra con este nuevo aporte a modo de anticipo de lo que el 2023 traerá bajo el brazo, pues antes de que nos llegue el ya confirmado “10,000 gecs” (el segundo álbum que la banda publicará el próximo 17 de marzo), sus responsables han querido servirnos una carta de presentación de lo que está por venir a través de un breve EP que, lejos de calmar nuestras ansiadas esperas, ha despertado aún más nuestras ganas por querer tener ya en nuestro poder su nueva mercancía.
“Snake Eyes” son solo tres canciones, sí, pero en éstas se hallan ya matices que nos pueden llevar a elucubrar con cierto criterio sobre las nuevas vías de trabajo que la pareja puede terminar volcando en su nuevo proyecto. 100 gecs empiezan fuertes, van al grano y no escatiman en energía como comprobamos en la muy dispar “Hey Big Man”, la pieza encargada de romper la baraja y que, entre frenéticas sacudidas de percusión que nos incitarán a agitar nuestro cerebelo hasta perder el sentido, nos muestran su cara más gamberra y socarrona de la mano de ritmos que bien podrían suponer un curioso hermanamiento entre el punk de corte rrriot y el drill más oscuro (sin perder, por supuesto, ese surrealismo canalla y absurdo que tanto les define y que apreciamos en versos como “I smoked two bricks, now I can't pronounce "Anemone" / Went to a party and I did a human centipede, I'm smoking hash and I'm hugging on a cactus”). El tema central del EP, “Torture Me”, se lo deben a Sonny John Moore, aka Skrillex, cuya colaboración con la dupla parece un proceso del todo natural, ya no solo por la proximidad artística percibida en su caótica forma de concebir la electrónica, sino también porque el propio Dylan Brady ya contribuyó el pasado año para una canción producida por el DJ californiano, titulada “Supersonic (My Existence)”. Esta suerte de quid pro quo, sin embargo, deja con un sabor de boca un tanto insulso, ya bien sea por su carencia de remate final como por el hecho de obligarnos a escuchar arreglos de dubstep en pleno 2022. Tiene que ser, por su parte, la genial “Runaway” la encargada de brindarnos un broche final digno a esta breve concesión, y lo hace de la mano de un emotivo ritmo de pop-punk mutante que los millennials reconoceremos como próximo (con eufóricos estribillos como ese “Only You”, que la convierten desde ya en todo un himno) y que, en cierto modo, esperamos que suponga el verdadero germen de lo que la banda buscará ofrecernos en los meses venideros.
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